El balance, en términos generales, es positivo. Mientras caminé en Bogotá vi una marcha pacífica, alegre y multitudinaria. Así fue en Medellín, Barranquilla y Cartagena. En Cali hubo algunos disturbios.
El ánimo que sentí fue de indignación, pero creativo, pacífico y con un llamado al presidente Iván Duque para que escuche a la ciudadanía y para que le ponga al país un rumbo que defienda la vida, la paz y los derechos humanos.
Fue una marcha ciudadana variopinta: estaban las mujeres, los trabajadores, las víctimas del conflicto armado, los desempleados, las personas sin acceso a la salud. Vi a muchos niños con sus papás y sus mamás pidiendo la paz para Colombia. Fue una marcha múltiple en sus propósitos. Ojalá Duque se proponga cumplir al menos lo que prometió el 7 de agosto de 2018.
Con esta movilización se deben sentir interpelados quienes han sido porivilegiados, quienes han acumulado el poder económico, político y social. Antes que esto se convierta en estallido político y social, hay que abrir espacios de escucha y diálogo. Requerimos reformas que deben hacerse de manera consensuada, amplia y sin violencia.