Cuando un niño ingresa a un hogar de protección, normalmente lo hace porque han vulnerado sus derechos, por múltiples razones. Lo más complejo es que la mayoría de los abusos son provocados por sus padres o familiares. En las comunas, que es donde más se presentan estas situaciones, los grupos familiares viven hacinados, con miembros de otros núcleos familiares o amigos, lo que rompe el concepto de una familia establecida correctamente. Así nadie se preocupa por proteger los derechos de los niños que, prácticamente, nacen grandes, los ponen a trabajar en las calles y enfrentan índices muy grandes de drogadicción, alcoholismo y violencia.
Esto es un problema cíclico, lo que está pasando hoy es un capítulo de otro que ya se vivió. Romper esta cadena no es fácil, pero tampoco imposible si nos enfocamos en una educación que vaya más allá de la construcción de escuelas, que eduque al niño con calidad pero también a los padres para que los niños vivan en ambientes de referentes positivos. Un proyecto que permita reaccionar con inteligencia y profesionalismo frente a cualquier abuso contra un niño, no como sucede hoy cuando los encargados de controlar irrumpen en las casas, como si fuera un asalto, generando así mayores traumatismos.