El peso del narcotráfico es evidente en dinámicas de violencia desde los 80. Pero hay una constante, lo que pasa es que hoy el país tiene una dinámica parecida a la que tuvo Medellín: al acabar el conflicto armado de carácter político, con las Farc, se acentúan el “componente narco” y la disputa por rentas ilegales.
Algunas de esas organizaciones, en especial el Clan del Golfo, mantienen una faceta contrainsurgente. Por eso su responsabilidad en el asesinato de líderes sociales. En Medellín les quedó en el ADN ese “gen”, que los hace virulentos a movimientos sociales, de izquierda y derechos humanos, no en la escala de la guerra sucia de los 80, pero sí enfocada en atacar la base social de las Farc, a quienes se oponen a su captura de rentas y a líderes y planes de restitución.
Entre más traquetos sean, más difícil es su desmovilización, porque es difícil ofrecerles un proyecto de ley alternativo (se estigmatiza al que lo ofrece). Entonces, la acción se centra en el componente militar y en el mundo y en Colombia la guerra contra las drogas ha fracasado.
Como es una dinámica global, es difícil una erradicación total del fenómeno. La lucha contra esos grupos debe reducir “ventajas competitivas”: cultivos ilícitos, estructuras criminales experimentadas de 40 años y una corrupción institucional y connivencia social, que dan gran magnitud al problema.