En el conflicto sirio se reedita una cosa terrible que se llama la Guerra Fría. En ese capítulo los países no importaban a las potencias, en tanto eran peones de los enemigos o eran peones propios. ¿Qué importancia pudieron tener Somalia o Afganistán? Ninguna.
Parte de esa herencia se ve en Siria, donde se da una medición de fuerzas entre EE.UU. y Rusia por el control en la región. En esa perspectiva desaparece cualquier consideración o valor político del pueblo sirio. Desde el comienzo, en 2011, se advertía el esfuerzo por buscar responsables: todo era culpa de Al Qaeda o de la CIA. Ese afán, simplista, por ver allí apéndices del enemigo terminó por convertirse en una profecía autocumplida. Allí al enemigo interno lo convirtieron en una ficha.
En el Consejo de Seguridad de la ONU las decisiones están atrapadas por el mecanismo del veto. Es un problema estructural del Consejo que incide no solo en el caso de Siria. Es un problema de fondo. Las potencias no van a renunciar a su poder de veto. Esa es la desgracia de Siria: la estructura del Consejo es incompatible con la paz. Los crímenes cometidos son responsabilidad compartida de las potencias, del régimen de El Asad y del Estado Islámico. Todos parecen estar de acuerdo solo en una cosa: atacar hospitales.