viernes
0 y 6
0 y 6
Aun está lejos el país de aplicar en su vida diaria aquel bambuco de Lucho Vergara, “Vivir cantando”. Ha cambiado el canto por la incertidumbre. Acorralado ahora por la ansiedad que causa el coronavirus. Otro enemigo que nos recuerda que todos en la vida tenemos un final. Y que el miedo es innato a la frágil condición humana. Así, bajo la zozobra, es difícil “vivir cantando”.
El coronavirus ha creado una confusión entre los mismos científicos. Unos dicen una cosa y otros cuestiones diferentes. Médicos, enfermeras, trabajadores de la salud, luchan a brazo partido con valor y dedicación. Son los héroes de las jornadas. Su mística y coraje, son símbolos de un país nacional solidario, antípoda de ese país politiquero que disocia y asfixia. Mientras aquellos producen patria, estos la destruyen.
Este virus, enemigo invisible pero real, tomó de sorpresa la comunidad científica del mundo. La vacuna aparecerá, quizás después de contabilizarse muchos muertos. El pánico, aupado por las redes sociales, ha creado y sigue creando neurosis. En medio del espectro se desploman de la pasarela la arrogancia y vanidad del hombre que calculaba que había llegado a la cima de la ciencia y la tecnología.
Una luz sí aparece en el horizonte iluminada por expertos maestros de nuestra Alma Mater antioqueña. La Universidad inventa unos respiradores artificiales que pueden paliar la crueldad de los efectos del coronavirus. Y un grupo de las importantes empresas antioqueñas donan 16 mil millones de pesos para ayudar a la comunidad a enfrentar esta plaga. Nuevamente la academia y la industria paisa enaltecen al país, con sus investigaciones y ayudas económicas oportunas y eficaces. Entienden sus responsabilidades científicas y sociales empresariales. Son la contraparte de los egoísmos aferrados a la pugnacidad política.
Los ciudadanos hemos tenido que recogernos en lecturas, meditaciones, conversaciones telefónicas. Confinarnos en bibliotecas, en ejercicios mentales, intelectuales y no pocos espirituales. Otros en gimnasias caseras, lúdicas y deportivas. Cavilar en lo efímera que es la vida y cómo es el ser humano de frágil y de vencible física y mentalmente. Algunos a la fuerza tuvieron que aprender, iniciar o persistir en el curso del saber vivir con el silencio. Ese mismo silencio que ya es parte esencial de la vida de los que ya vemos caer de la cabeza “el pelo y las ilusiones”.
El coronavirus hiere de muerte al mundo. El mapa de Colombia se empaña con su avance. Puede ser más severo y destructor en los próximos quince días. Ante esos presagios, el presidente Duque ha venido sorteando el desafío con inteligencia, prudencia y eficacia. Decretó confinamiento ciudadano. Entiende que con disciplina, persistencia y fe debe combatir la miseria, el pesimismo, la ansiedad, epidemias que aparecen para compartir escenario con el coronavirus. Comprende que después de la crisis, la humanidad y el país serán distintos. “Nosotros los de entonces ya no seremos los mismos”, a la manera nerudiana.
Tenemos la esperanza de que esta nación, que ha pasado por muchas noches sombrías, supere la encrucijada. Que sabrá reconstruirse sobre sus propias cenizas. Ha demostrado en sus luchas, que pertenece a aquellos pueblos “que se enseñaron a progresar padeciendo”.