viernes
0 y 6
0 y 6
Hay varias formas de morirse. Entre nosotros, se lleva los titulares la muerte violenta. Nuestra historia, economía, política, religión crucificada, son la explicación de tanta sangre en la muerte. De ahí que se nos haya olvidado que también es posible morirse en una cama.
La muerte natural no es lo natural en Colombia. Cada vez lo es menos. Como si fuera poco, el griterío de las noticias hace que el miedo y la desesperanza se asuman como preámbulo del fin personal. Antes de morirse de verdad, la gente siente morirse acribillada, chuzada o secuestrada en la selva.
Estas son muertes injustas, no naturales. Nadie merece perecer perforado. Lo mismo puede decirse de las enfermedades fatales, cáncer en cualquier órgano, ahogo pulmonar, infarto y demás linduras que acechan. No es justo que la bella vida conduzca a la intubación y al conteo de los segundos restantes.
A pesar de esta variedad de fallecimientos dolidos, es bueno tener en cuenta la muerte justa. También existe, también es posible. Hay un aforismo del poeta y novelista español Andrés Trapiello quien la presenta, en impactante versión inversa: “Vive de tal modo que tu muerte sea una injusticia”.
Es obvio que esta invitación no se refiere a ninguna de las muertes violentas anotadas. Aplica a la muerte natural. Las otras, las acribilladas, se caen de su peso como injustas. Trapiello escribe acerca de morirse cuando el proceso orgánico lo determina buenamente.
En ese momento el fallecimiento puede ser una injusticia. Si quien expira está en el cabal ímpetu de su ánimo, cabe calificar esta muerte como injusta. Se le cortó la alzada en pleno vuelo. Habría sumado más dicha y misterio a la vida, de no haber sido abatido hacia “esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde habrás de renunciar a los juegos de antaño”, según el poema del emperador Adriano en la traducción de Yourcenar y Cortázar.
La muerte de alguien se llamaría injusta si su modo de vivir ha sido una consagración. Injusta para el protagonista, que sostiene con densidad y gracia cada momento de su existencia. Sus conocidos van a calificar de prematura su partida, así haya llegado a los cien años. Su patria la lamentará porque estas personas indispensables son contadas en los dedos de una mano