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Los ciudadanos de Bogotá hemos sido testigos de una serie de conductas que han llamado mi atención por tratarse de símbolos poderosos que, de convertirse en hábitos, harían nuestras vidas mucho más amables.
Por Alejandro Noguera C. - alejandronoguerac@gmail.com
Pasadas las elecciones regionales del pasado domingo, y todavía viviendo una suerte de furor por lo que los resultados representan en términos de balancear una ecuación del estado de cosas a nivel nacional, los ciudadanos de Bogotá hemos sido testigos de una serie de conductas que han llamado mi atención por tratarse de símbolos poderosos que, de convertirse en hábitos por parte de nuestros dirigentes y de todos los demás ciudadanos, harían nuestras vidas mucho más amables.
Por un lado, hemos visto al candidato que quedó en segundo lugar en la elección a la Alcaldía Mayor haciendo algo que, en lo personal, nunca había visto hacer de una manera tan ejemplificante, y genuina: agradeciendo. Lo llamativo y admirable de este ejercicio está tanto en el fondo, como en la forma: no lo ha hecho a través de un saludo masivo y postizo emitido por una red social. Lo ha hecho persona por persona, mirando a cada ciudadano a los ojos y agradeciendo, con una alegría contagiosa no por haber sido elegido, sino tan solo por haber sido escuchado.
En el otro lado, hemos visto también al futuro alcalde adelantando un ejercicio de diálogo con quienes fueran sus contrincantes que, al menos en mi concepto, ha resultado también admirable. Los hemos visto conversando serenamente, en planos horizontales y distendidos, escuchando activamente, y también dando cuenta de la búsqueda de una conversación más serena enfocada, no en los intereses individuales de cada persona, sino en los intereses colectivos de los bogotanos.
Con todo lo extraño que pueda sonar algo tan aparentemente intrascendente, encontrar manifestaciones genuinas de gratitud y de humildad en nuestros futuros dirigentes políticos me ha resultado esperanzador, y altamente refrescante. ¿Cómo sería de diferente nuestra sociedad si, replicando el ejemplo de nuestros líderes fuéramos todos nosotros también personas agradecidas, y humildes?
Gestos aparentemente menores como mirar a los ojos, escuchar para entender y no solo para responder, ser agradecidos y auténticos, son los pilares esenciales de un cambio de funcionamiento en nuestros comportamientos colectivos. Si arrancamos de ahí a construir debates que no renuncien al rigor y a la crítica aguda pero constructiva, podemos ilusionarnos con convertirnos progresivamente en una sociedad más inteligente, y madura.
Lo tercero que hemos testificado, también afortunadamente, da más cuenta de las conductas a las que nos han acostumbrado nuestros dirigentes, y que nos han llevado por lugares equivocados (no en los últimos años, sino quizás en toda nuestra historia): el reproche arropado en un falso discurso de autocrítica, la asignación de culpas recíprocas, la vanidad y el egocentrismo de quienes, habiendo recibido un mensaje tan contundente de los ciudadanos, parecieran negarse todavía a interpretarlo.