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Columnistas | PUBLICADO EL 08 marzo 2015

VENGANZA SALVAJE

PorElbacé Restrepoelbaceciliarestrepo@yahoo.com

No soy cinéfila, aclaro. No voy a las salas de cine porque tengo el vicio de dormir películas, no soporto el alto volumen de las proyecciones y sufro si el aire acondicionado está un grado por debajo de lo que mi cuerpo aguanta sin tiritar. De modo que prefiero mi sala de televisión para ponerme al día, de vez en cuando, en las novedades del séptimo arte.

Hace poco caí en las redes de Relatos Salvajes, la cinta argentina nominada al Oscar como mejor película extranjera. Confieso que no espabilé. Aunque varias veces tomé el control para quitarla por algunos cuadros de violencia que me hacían mirar la pantalla con un ojo abierto y el otro cerrado, resistí hasta que salieron los créditos, pero me quedó un sabor salobre en mi boca y en todo mi ser que todavía no se me quita. Según su director, la temática de la película es “la difusa frontera que separa a la civilización de la barbarie, del vértigo de perder los estribos y del innegable placer de perder el control”.

¡Esa manía de llamar a las cosas con eufemismos para que suenen más bonitas! Para mí, cada uno de los seis relatos que componen la trama tienen un hilo conductor común que se define con una sola palabra: Venganza.

Que es dulce. Que duele. Que nunca es buena. Que mata el alma y la envenena. Que se disfruta. Que es un plato que se sirve frío, en fin. Como sea que cada uno la conciba, la venganza no debería ser la respuesta ante las injusticias ni ante las situaciones desiguales a las que estamos expuestos en la vida.

Quisiera creer que la paz es el estado natural del ser humano, pero un círculo vicioso parece complicar las relaciones civilizadas, que se pudieran tejer en armonía emocional y en calma racional si no fuera porque una especie de lobo feroz parece habitar en cada uno de nosotros. Ante el menor estímulo respondemos cegados por el instinto. Lo peor es que a veces lo hacemos conscientes, con premeditación, con la firme intención de desquitarnos de algo o de alguien que igualmente, por instinto o con toda su conciencia, nos ha he hecho algún daño.

Preferimos el caos de la irracionalidad que aceptar con humildad ciertas culpas. No reconocemos que nos equivocamos y que los errores tienen consecuencias. Y claro, de las consecuencias queremos ocuparnos con la ira que ofrece la impotencia.

La venganza no escapa a la clasificación: La inmediata, producto de una reacción en el mismo momento de los hechos, que se llama también “ira justa”.

Y la posterior, producto de rumiar el odio y de planificar cómo castigar al otro por lo que hizo, “tomarse la justicia por sus propias manos”. Y en Colombia sí que sabemos cuánto daño puede hacer este tipo de “justicia” que crece cual bola de nieve, imparable, y genera más violencia.

El vengador desconfía, con razón o sin ella, de que los organismos judiciales sean capaces de aplicarle al otro el castigo que merece, lo que lo vuelve también objeto de castigo por la ley, pues claramente no debió haberlo hecho a su manera.

La vida real está llena de relatos salvajes a la vuelta de la retina. Pero la venganza, más que dulce, puede ser amarga casi siempre. O sin el casi. Porque ¿quién tendrá más alivio personal, el que descarga su ira o el que perdona?

La venganza, mejor de “lejanza”....

Elbacé Restrepo

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