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Columnistas | PUBLICADO EL 28 diciembre 2019

Venceremos

Por JULIÁN POSADAprimiziasuper@hotmail.com

Cuando empiezo a escribir esta columna, que debe ser la penúltima del año, Nathalia y Rodrigo son los dos últimos colombianos sacrificados en nombre de una ambición inane, cualquiera que ella sea, la violencia contra el otro es injustificable, ellos que celebraban la vida y el amor, encontraron la bala asesina camino al lugar que amaban, iban a soñar su futuro al lado del mar, a construir un proyecto común, y unos gramos de pólvora acabaron con él y con ellos, los suyos son otros de los cientos de padres que llorarán desconsolados a sus hijos. Aquí, por desgracia, los dos pasarán rápidamente a ser cifras de una lista que no para de crecer, este país terminará por ser un territorio de espantos, vacío de ecos, mientras escribo, a la lista se suman Lucy y Reinaldo, líderes sociales, otros dos más para la estadística y las investigaciones exhaustivas, siempre pendientes, que casi nunca concluyen en algo, ¿han visto las fotografías de Lucy? Era pura felicidad, una vida dedicada a la cultura y al trabajo por las mujeres, como duelen esas dos hijas que el gatillo dejó huérfanas, soy Lucy y todos y todas los que han caído ... con ellos también se muere un pedazo de mi. Enciendo la radio y escucho que en el Putumayo asesinaron a otro líder social, Richard se llamaba, a todos ellos ya los antecedieron cientos de miles de personas, cada uno líder en su propia dimensión, colombianos, como usted y cómo yo que llegamos a creer que el espacio que antes ocupaba la muerte, por fin lo iban a llenar la vida y los sueños, pero aquí no se puede, aquí no lo logramos, los interesados en desoír los vientos de concordia y de que podamos algún día mirarnos a los ojos para empezar a reconstruir esta, que es la casa de todos, perdieron la capacidad de escucha y quieren seguir anteponiendo a sus miradas, sus gestos y su conversación el terreno minado de los dogmas. Desean mantener encendida la máquina de la guerra.

Cuando entendamos que cada muerto exige y reclama su verdad y el espacio que pretendieron negarle en esta tierra, cuando asumamos que los miles de cadáveres insepultos saldrán más temprano que tarde de las fosas comunes que otros ordenaron cavar para borrarlos; ese día dimensionaremos cuanto daño nos hace la mentira y cuánto nos ha costado ignorar ciertas realidades que nos obligarán a reconstruir los mitos y los héroes. Deberíamos entender por fin, que todos somos colombianos de primera, que disentir no es retar a duelo, que divergencia no necesariamente significa traición y que este maldito negacionismo terminará por hacernos naufragar. Ese día quizás podamos dejar de decir lo que canta Miguel Hernández en su Elegía, “En mis manos levanto una tormenta de piedras, rayos y hachas estridentes, sedienta de catástrofes y hambrienta”.

Cada año elegimos el personaje que lo identifique y represente, un símbolo de lo que fue, cuesta olvidar que aquí la siempre omnipresente es la parca, que trata de habituarnos a desvalorizar la vida y de invitarnos constantemente a dejar de soñar, a pesar de ella, daremos la batalla.

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