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Tan horrible que es el VAR, y nosotros ya tan tristemente acostumbramos a todos los males que trae. Este Mundial hemos visto, nuevamente, la presencia de incontables goles que se quedan innecesariamente en suspenso, quitándole la gratificación inmediata al suceso sobre el cuál gira toda la emoción de este deporte, donde nos quedamos sin saber cuál es el momento correcto para dejarlo todo salir. Innumerables goles castrados. ¿Vale la pena someternos a esta amargura?
La “Mano de Dios” de Maradona, uno de los momentos más icónicos de la historia del fútbol, es un perfecto ejemplo del tipo de eventos que le dan justificación - en su concepción idealista - al VAR: decisiones arbitrales erróneas que impidieron que se impartiera “justicia” en el campo de juego – como si eso en realidad existiera -.
Sin embargo, en este Mundial se ha podido constatar otra vez cómo la aplicación del VAR dista enormemente de su noble fin inicial. Y aunque siempre habrá quién alegue que esto se debe a una fallida implementación, la actual idea que se tiene del VAR es irreconciliable con elementos esenciales de nuestra concepción del fútbol. Su modelo necesita cambiar.
Por un lado, está el evidente entorpecimiento que el VAR ha traído al ritmo de juego. Aunque sistemas de revisión similares al VAR son utilizados exitosamente en la ATP, NFL o NBA, los deportes de estas organizaciones tienen una diferencia crucial con el fútbol: su desarrollo se da en eventos “discretos”, mientras que el fútbol es continuo. El baloncesto se puede dividir y analizar en posesiones, el fútbol americano en downs y el tenis en puntos. El fútbol, por el contrario, no: su desarrollo es fluido, imposible de disecar en eventos periódicos, lo cual le da a cada partido un ritmo propio e inimitable. Por esto, a diferencia de lo que podría suceder en otros deportes, el VAR logra dar en la yugular del fútbol: las pausas eternas a la espera de una decisión asfixian las emociones del ritmo natural del juego.
Pero hay otro problema, probablemente más grave: el VAR da la posibilidad de que en algunos casos se sigan tomando decisiones arbitrarias. En el fútbol americano, por ejemplo, solo se pueden revisar jugadas que impliquen criterios objetivos, como tener los dos pies dentro de la cancha. El VAR, por el contrario, ha decidido no acotar su dominio. Así, por más cámaras que haya, habrá decisiones que seguirán recayendo en el criterio subjetivo del árbitro. Las decisiones del VAR siguen siendo humanas, y mientras sigan siendo humanas, podrán ser erradas.
¿Hasta qué punto vale la pena que el VAR entorpezca el ritmo de juego en busca de “justicia”, si cabe la posibilidad de que se sigan tomando decisiones arbitrarias? Este Mundial hemos visto nuevamente la presencia de fueras de lugar milimétricos que nadie había reclamado, al igual que penales cobrados con ayuda del VAR con los que la mayoría de las personas no estuvieron de acuerdo de todas formas.
Sería bueno que algún día la FIFA imitara al tenis o al fútbol americano convirtiendo el VAR en una implementación por “retos”: que solo se acuda a él cuando un equipo lo pida y que cada equipo tenga un límite de “retos” al VAR por partido. Puede ser una solución para evitar parte de los males del VAR y mantener algunas de sus ventajas. Mientras tanto, aunque probablemente menos “injusto”, el VAR nos seguirá condenando a la angustia de un fútbol castrado