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8 y 2
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Por Sara Jaramillo Klinkert - @sarimillo
Hace un par de años se me ocurrió la idea de irme durante un mes sola a escribir a una cabañita ubicada en un lugar recóndito y aislado frente el mar. Cada vez que le contaba el plan a alguien de inmediato abría los ojos y empezaba a hacer una lista de los posibles inconvenientes y peligros. Y eso que yo omitía el hecho de que la cabaña no tenía paredes ni puertas, tampoco mencionaba que no entraba señal de celular y que estaría absolutamente incomunicada. Igual me fui y allí terminé una de mis novelas. Fue un mes inolvidable, tanto que ahora estoy a punto de hacer lo mismo en una casita flotante.
No hace mucho tuve que manejar yo sola para cubrir un trayecto de diez horas por una carretera que no conocía. Ni por un instante se me pasó por la cabeza que no sería capaz de llegar a mi destino, cómo iba a pensar eso si crecí con una mamá que, tras una viudez inesperada, quedó a cargo de cinco niños pequeños en una finca en las afueras de la ciudad. Recuerdo a todo el mundo convenciéndola de que no se quedara allá, que podría ser peligroso, que una viuda con tantos niños era una presa fácil, que una mujer sola era incapaz de mantener el predio y el jardín y la casa. La mamá hizo caso omiso a los comentarios y mejor aprendió de plomería, de sistemas eléctricos, de jardinería, de mecánica.
La mamá sabía guadañar la hierba, instalar la motobomba, usar la motosierra, aspirar la piscina, sembrar árboles, fumigar las plagas, espantar fantasmas y ladrones. La mamá cocinaba, chofereaba, abonaba, pintaba la casa y hasta le sobraba tiempo para cuidar un vivero inmenso que construyó ella misma para sus orquídeas y un gallinero que tenía que levantarse a defender cada noche del ataque de los zorros. La mamá manejaba de un tirón hasta doce horas con cinco niños a bordo por carreteras plagadas de guerrilla para no dejarnos sin vacaciones. ¿Por qué no iba yo a ser capaz de manejar durante diez horas? ¿O de pasar un mes sola y aislada en una cabañita escribiendo?
Sin embargo, cada vez que menciono ese tipo de planes, a la gente se le para el pelo. Qué cómo se me ocurre, que qué peligro, que le pida a alguien que me acompañe, que no me exponga tanto, que actúe como una mujer normal. ¿Qué significa ser una mujer normal? La escritora Deborah Levy en Una casa propia, dice que «las mujeres nunca sabemos lo que queremos porque los demás siempre nos han dicho lo que tenemos que querer». Yo añado que tampoco sabemos de qué somos capaces porque crecemos oyendo de qué somos incapaces. Y de tanto oírlo nos lo creemos: no viajes sola, no importunes con tus comentarios, no te subas a la escalera, no uses el machete, no sabes cambiar la llanta, no galopes tan rápido, no nades en el lago, no pierdas tiempo escribiendo, no te trepes al árbol, no vayas sola a la finca, no te pases de tragos, no cruces el río, no opines tanto. Ahora me doy cuenta de lo afortunada que he sido al tener una mamá que me enseñó que, con compañía o sin compañía, no hay nada que una mujer no sea capaz de hacer.