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Columnistas | PUBLICADO EL 01 junio 2022

Una débil voz acerca del sur

La catástrofe migratoria es quizá el centro de las mayores desilusiones. El entramado de corrupción, violencia y narcotráfico que despliega este problema ha sobrepasado a cualquier iniciativa de la Casa Blanca.

Por David E. Santos Gómez - davidsantos82@hotmail.com

Resulta difícil escuchar, en medio del ruido geopolítico de estos días, lo que tiene que decir la voz de Joe Biden acerca de América Latina. Si bien resulta evidente que, en medio del violento pulso con Moscú, las prioridades de Washington no pasan por el sur del continente, es lamentable que un presidente que conoce la región (que incluso fue uno de los encargados de liderar las políticas hacia ella cuando era vicepresidente de Obama) hasta ahora haya limitado su cambio a modificar la retórica perversa impulsada por Donald Trump.

Sería inocente no aceptar que la pandemia del covid-19, primero, y la invasión de Putin a Ucrania, después, alteraron las coordenadas de la política exterior de Estados Unidos. Sin embargo, más allá de las coyunturas, parecía que los discursos tanto del presidente como de su vicepresidenta Kamala Harris estaban enfocados en la reconstrucción de los lazos cortados con América Latina y en la recuperación de la confianza diplomática. Pero las acciones no arrancan. Cambios necesarios en las fronteras, la política antidrogas, la balanza comercial o la defensa de derechos humanos se han visto limitados a disertaciones de ocasión.

La catástrofe migratoria es quizá el centro de las mayores desilusiones. El entramado de corrupción, violencia y narcotráfico que despliega este problema ha sobrepasado a cualquier iniciativa de la Casa Blanca. México y Centroamérica entera, como territorios que nuclean la grave situación, no han visto una modificación favorable en las condiciones de las decenas de miles de hombres, mujeres y niños que sufren en su intento por llegar a la potencia.

Sobre Suramérica, el esfuerzo más significativo es el acercamiento al gobierno venezolano de Nicolás Maduro, que se compagina con palabras similares a Cuba y que guarda la esperanza de reconstruir canales de diálogo para una pronta transición fuera del chavismo. Los resultados están aún por verse, pero parecieran depender más de la recomposición económica que logra Miraflores que del impulso realmente genuino de Biden. El resto del continente espera su turno: Perú, con un presidente que tambalea cada semana; Argentina, concentrada en su dinámica de renegociación con el FMI; Chile, con un mandatario que apenas si prende motores, y Colombia y Brasil, en tránsito a nuevos gobiernos. Ninguno puede anunciar demasiadas novedades en el frente.

En pocos días es posible que el mapa de las relaciones del norte con el sur esté un poco más claro. La organización por parte de Estados Unidos de la IX Cumbre de las Américas, que se celebrará en Los Ángeles, pretende ser la oportunidad para que las partes encuentren caminos de acercamiento. Sin embargo, los antecedentes no auguran nada muy esperanzador. De tajo, Washington excluyó de la reunión a Venezuela, a Cuba y a Nicaragua, por considerarlas poco “comprometidas con la democracia”. El anunció cayó como un puño en el estómago para otras naciones. Y no es mediante golpes que se reconectan las amistades 

David E. Santos Gómez

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