Síguenos en:
x
Columnistas | PUBLICADO EL 05 agosto 2020

Una carcajada de 100 años

Por alberto Velásquez Martínezredaccion@elcolombiano.com.co

Tuvimos el privilegio de tratar en muchas ocasiones a Otto Morales Benítez, cuyo centenario de nacimiento se conmemora este viernes. Un humanista, intelectual, historiador, político carismático.

La primera vez que lo tratamos fue en 1959, siendo nosotros estudiantes universitarios. Hicimos con él un reportaje aprovechando su presencia en Medellín, como ministro de Alberto Lleras. Desde ese momento quedamos enganchados con su simpatía y erudición. Y de allí arrancó una buena amistad, a pesar de la diferencia física de años, la que se prolongó y se reafirmaba cada vez que aparecía en Medellín. No perdonaba el almuerzo con un reducido grupo de tertuliantes. Tomaba la palabra y por espacio de dos o tres horas, su opinión, su voz, su carcajada, era un monopolio oral. No pudimos convencerlo –con tanta historia en su cabeza– de que escribiera sus memorias. Esgrimía argumentos para demostrar que ellas son más producto de las vanidades que de las realidades.

Se identificaba con el talante antioqueño. Al fin de cuentas venía del Gran Caldas y estudió Derecho en la Universidad Pontificia Bolivariana. Vinculado por muchos años a EL COLOMBIANO, nuestra misma casa espiritual. En este periódico se alternaba con Belisario Betancur y otros camaradas para escribir, bajo un publicitado seudónimo, una columna de opinión, cuyo pago era enviado al escultor Arenas Betancur en Méjico.

Trabajador incansable en buscar la concordia entre los colombianos, labor que se malogró cuando denunció ante el entonces Jefe de Estado, su amigo de juventud, “agazapados enemigos” en el gobierno interesados en dinamitar la paz. Luego, cuando parte de las fuerzas vivas y sociales lo presionaban para que aceptara una candidatura presidencial, los manzanillos de su propio partido de alta alcurnia bogotana, solapadamente la bombardearon con chistes flojos y racistas, como si su color de piel tostada por el sol paisa, ensombreciera el Jockey Club bogotano.

A Chile lo llevamos a comienzos de este siglo XXI. Fue a dictar algunas conferencias sobre Gabriela Mistral, Nobel de Literatura. Dejó grata impresión al público asistente no solo por el conocimiento que tenía de la obra de esta poeta, sino por su elocuencia, su memoria prodigiosa, su profunda investigación del personaje. Ante el Senado chileno dictó una conferencia sobre las inequidades sociales de Latinoamérica. Luego en las noches, en medio de gratas remembranzas literarias, al calor del hogar, las evocaciones de poetas. Era el deleite con su rico anecdotario, sus testimonios de importantes acontecimientos de la historia política colombiana como protagonista que fue de primera línea. Lo hacía sin sectarismos, sin asomos de rencores. Percibíamos, por la emoción con que lo hacía, su devoción por Santander y por Alberto Lleras. Ideológicamente se identificaba con Mariátegui, Vasconcelos, Haya de la Torre.

Ya de nuevo en Medellín, cuando la ruda suerte tocó a nuestras puertas, Otto era el primero en llamar a la clínica, a preguntar por la salud del ser querido. Ese era el amigo total.

El país, regodeándose en la mediocridad electoral, perdió la posibilidad de encontrar en Otto un buen presidente.

Si quiere más información:

.