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Un presunto indulto verbal

Ponerles sordina a las verdades, decirlas con eufemismos y adornos, equivale a mentir. Ojo, que las palabras crean nuevas realidades.

17 de julio de 2023
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  • Un presunto indulto verbal

Por Juan José García Posada - juanjogp@une.net.co

La sorpresiva y contradictoria invitación presidencial a desescalar el lenguaje en el tratamiento del conflicto armado, como quien dice a moderar el tono y usar eufemismos (tomar, en lugar de secuestrar, por ejemplo), lleva implícita una estrategia para instituir una hegemonía cultural, la que proponía el pensador marxista italiano Antonio Gramsci, del que se sienten discípulos no pocos militantes del régimen dominante. Pero la contradicción más notoria de los neogramscianos que ahora disfrutan de la sabrosura del poder consiste en que, para Gramsci, “decir la verdad es revolucionario” y es inaceptable mentir y prolongar la antigua oposición entre verdad y política. Mientras tanto, para los neohegemonistas no importa mentir, pues les ayuda a crear una nueva realidad, su propia realidad, mediante la desfiguración del lenguaje. El cambio por el cambio.

Lo que se esconde en tal exhortación a desescalar es la adhesión a lo que sostenia Hanna Arendt en defensa del lugar común de la oposición entre verdad y política. La cita el filósofo comunista español Francisco Fernández Buey: “Nadie ha dudado nunca del hecho de que verdad y política mantengan entre sí una mala relación, y, que yo sepa, nadie ha incluido la sinceridad entre las virtudes políticas. Siempre se ha considerado que las mentiras eran instrumentos necesarios y legítimos no sólo del oficio de político o demagogo, sino también del oficio de estadista”.

Pero Gramsci, a pesar de Hanna Arendt, sí se empeñó en una ética de las convicciones, explicada luego por Max Weber: El respeto a la verdad como una virtud política, la veracidad y la autenticidad del intelectual, pase lo que pasare. Lo escribía Gramsci: “La verdad debe ser respetada siempre, con independencia de las consecuencias que puedan seguirse de ella; y las convicciones propias, si son fe viva, deben encontrar en sí mismas, en la propia lógica, la justificación de los actos que se considera necesario llevar a cabo. Sobre la mentira, sobre la falsificación facilona sólo se construyen castillos de viento que otras mentiras y otras falsificaciones pueden hacer desvanecerse”.

Ponerles sordina a las verdades, decirlas con eufemismos y adornos, equivale a mentir: extremismo violento y no terrorismo islamista. Reasignación de las jubilaciones y no congelación de pensiones (Zapatero en España). Período de dificultades y no crisis económica. Personas de talla grande y no gordos. Organización rebelde, en lugar de lo que es. Estallido social, por bloqueo vandálico. Cerco humanitario y no secuestro colectivo. En fin. Y ojo, que las palabras crean nuevas realidades. Es muchísimo más que modular las expresiones porque “no es por Miguelito sino por el tonito”. Lo que emerge es un propósito recóndito, solapado, de montar una hegemonía cultural, basada en el llamado, eufemístico, a desescalar. Es decir a desfigurar, tergiversar. Ojalá también se moderara el tono en las relaciones de los neohegemonistas con empresarios, ciudadanos comunes y corrientes, clase media, periodismo, políticos. No sólo para hacerse pasito con los presuntos destinatarios de una suerte de indulto verbal.

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