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Un poema es una casa

La escritura es igual, se va armando de una serie de retazos hasta que una muñeca vieja, una rueda de una bicicleta, un metal con forma de perro, dan pie a una historia, ayudan a habitar la casa de la creación.

04 de agosto de 2023
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  • Un poema es una casa

Por Diego Aristizábal - desdeelcuarto@gmail.com

Me impresiona cómo el tiempo se detiene en las solapas de los libros, en la reseña que se escribe de un autor, en la absurda idea de que, si aparece el año de nacimiento mas no el de la muerte, ese autor sigue vivo, y estar vivo tiene su encanto. Aunque en el universo de la ficción, y después de crearse una obra, la muerte importa poco. Eso me acaba de pasar con un libro que compré de Mary Oliver, Horas de invierno. A pesar de que el libro dice que la poeta de Ohio sigue viva, ya lleva “cuatro años de muerta”. Empiezo a leerla, no a velarla, en estos ensayos donde todo cuanto aparece es cierto, en el sentido más autobiográfico de la palabra. Y el libro empieza hablando de lo que es “construir la casa” que, a la par, interpretación personal, es como construir un poema.

La tarea de escribir poemas, dice Oliver, la de trabajar con un pensamiento y una emoción constreñidos por el léxico (o llevados por sus alas), es ajena a lo natural, pues en primera instancia somos criaturas activas. Solo en segunda instancia -solo raramente y nunca de manera natural, en instantes de contemplación, deleite, aflicción, plegaria o terror- nos encontramos, en estado de vigilia, en una posición deliberada o desafortunada de inactividad, pero tal es la posición del poeta, pobre jornalero. El bailarín baila. El pintor moja y alza el pincel y extiende los óleos. El compositor, al menos, dibuja las octavas. El poeta permanece sentado.

La escritura suele ser un acto pasivo, aparentemente, nadie puede imaginar que con las nalgas puestas en una silla durante horas se pueda hacer una revolución, el ser humano es activo, por algo ella quería construir, la casa y el poema, con los dientes de la sierra y las explosiones del martillo y el leve rechinar de los tornillos al penetrar en sus nidos perfectos. “Cuando en nuestro pueblo alguien construye algo, son más importantes los cimientos que la estructura”.

Por algo, “la cuestión material de una casa no es tanto patrimonio de la imaginación o del espíritu como una sustancia concreta, participativa, de peso: es el ladrillo y la madera, los cimientos y la viga, el bastidor y el alféizar de la ventana; es el umbral y la puerta y el pestillo en la puerta”. Me sigue retumbado la creación en el sentido más material, porque, además, la poeta recuerda cómo durante un tiempo en el lugar donde ella construyó su propia casa, hubo un auge de la construcción, o del derribo y la reconstrucción, y los materiales viejos se desechaban y arrojaban al llamado vertedero. Allí, hombres y mujeres, con paciencia, recorrían aquel caos hasta encontrar lo que buscaban. La escritura es igual, se va armando de una serie de retazos hasta que una muñeca vieja, una rueda de una bicicleta, un metal con forma de perro, dan pie a una historia, ayudan a habitar la casa de la creación. Cuando Mary termina su construcción, enciende la lámpara del nuevo hogar, un poema empieza a iluminar a todos sus lectores. Por fortuna, la poeta nunca morirá, nos habita.

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