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Era cuestión de tiempo. Hemos visto la historia una y otra vez con diferentes nombres, pero igual narrativa, así que parecía imposible que no sucediera ahora. Un presidente -o presidenta- tiene que dejar su cargo tras años de construir poder y pretende elegir a un heredero. Emprende la búsqueda con cuidado, sopesando ventajas y temores, equilibrios políticos y burocracias, hasta que, finalmente, da a luz al que espera sea un seguidor fiel a sus deseos. Así Álvaro Uribe señaló a Juan Manuel Santos primero y a Iván Duque después y Hugo Chávez -con el apremio de su enfermedad- a Nicolás Maduro y Lula da Silva a Dilma Rousseff y Rafael Correa a Lenin Moreno y Cristina Fernández de Kirchner a Alberto Fernández. Colombia y Venezuela y Brasil y Ecuador y Argentina caminando en formación por el mismo sendero. El último fue el boliviano Evo Morales que, desde el exilio, le dio la bendición a Luis Arce para que le devolviera el poder a la izquierda y a su partido Movimiento al Socialismo. Arce, que había sido un aplaudido ministro de Economía de Evo, triunfó en las urnas y el expresidente levantó las manos como si fuese un logro propio.
Pero en todos los casos el matrimonio y la herencia terminaron mal. En Brasil, quizá el caso sentimentalmente menos dramático, pero con implicaciones legales, Dilma salió del poder sin terminar su mandato, luego de una investigación cargada de oscuras maniobras de la oposición. En el resto de historias, uribistas, chavistas, correistas y cristinistas, quedaron desencantados del candidato y presidente de su elección y, unos pocos meses después, lo acusaron de traidor de un gran legado. Los herederos no siguieron los mandatos de aquellos que les dieron las llaves del ejecutivo y en cada caso -a excepción del brasileño y del venezolano, que convirtió a Chávez en un santo popular- los nuevos presidentes cuestionaron a sus antecesores y pasaron a ser opositores. Santos renegó y se alejó de Uribe, Moreno fue caja de resonancia de las causas judiciales contra Correa y Cristina insiste en que Alberto es un tibio que se quedó lejos de los objetivos del kirchnerismo. ¿Qué otra cosa podría pasar con Arce y su impulsor Evo? Lo mismo. La distancia entre uno y otro, la herida que se abre y las acusaciones que empiezan como consejos y terminan en insultos.
Evo culpa a varios ministros actuales de ir en su contra y organizar planes para perjudicarlo. Dice que la economía no marcha como debería, que el narcotráfico creció y que la corrupción campea. Arce, haciendo malabares, pide no dividir al partido y a las bases, pero la fractura empieza a ser insalvable.
En la política latinoamericana contemporánea no hay heredero capaz de llenar los zapatos de su padre o de su madre. Cuando el reemplazo llega a la silla presidencial pretende seguir su propio camino y ahí aparece lo ineludible. Se escucha el latigazo y empiezan los llantos de decepción