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Columnistas | PUBLICADO EL 03 febrero 2020

UN ARMA ANTIGUA CONTRA UN VIRUS MODERNO

Por JUAN JOSÉ HOYOSredaccion@elcolombiano.com.co

Un sencillo procedimiento ―lavarse cuidadosamente las manos usando agua y jabón durante al menos 20 segundos, varias veces al día― se ha convertido en la herramienta principal para combatir la propagación del coronavirus 2019-nCov que se originó en Wuhan, China, y ha dejado al menos 259 muertos y unas 44 mil personas infectadas.

Esta es la principal recomendación que hacen los expertos del Comité Estatal para la Salud de China que luchan contra la epidemia de neumonía causada por el nuevo virus.

Los médicos también recomiendan evitar el contacto cercano con personas que sufren los síntomas, sobre todo si tosen o estornudan, y evitar el contacto de las manos sucias con ojos, nariz y boca, ya que es posible infectarse con el virus a través de las membranas que los cubren.

Según la Organización Mundial de la Salud, el primer brote del coronavirus se presentó en diciembre en un mercado popular que tenía a la venta mariscos, aves y animales salvajes vivos. Hoy ha llegado a países lejanos como Japón, Corea del Sur, Francia, Australia y Estados Unidos. En el resto del mundo, ya se han detectado más de 150 casos en 26 países.

El anuncio del Comité para la Salud se hizo público en momentos en que la demanda de mascarillas quirúrgicas en China se disparó significativamente después del brote. La agencia de noticias Reuters informó que una sola empresa que las produce ha vendido 200 millones por día. Antes del brote vendía 400 mil.

Los especialistas chinos explicaron que en un brote epidémico como el actual, el uso de máscaras quirúrgicas puede proteger de una infección en una multitud, pero, muchas veces, las máscaras no están lo suficientemente ajustadas como para filtrar todo el aire. Además, las partículas del virus son tan minúsculas que pueden atravesar los filtros de las máscaras. Por eso dicen que es mejor lavarse las manos con frecuencia durante todo el día.

Para un correcto lavado los médicos aconsejan mojar las manos y agregar jabón; frotar las palmas y el dorso de las manos, y los dedos, sobre todo el pulgar; también, las uñas. Una vez enjabonadas, se deben enjuagar y secar bien.

Esta sencilla recomendación se remonta al siglo XIX y se debe al médico húngaro Ignaz Philipp Semmelweis, un ayudante de obstetricia del Hospital de Viena. Era la década de 1840, y el hospital era un nido de incubación de la fiebre puerperal. Por esta causa, después del parto, morían cientos de mujeres. La ciencia médica todavía no había descubierto los virus.

Examinando el informe de la autopsia de un médico, que murió a causa de una pequeña lesión con un bisturí en la sala de autopsias, y después de comprobar que era idéntica a la autopsia de las mujeres que morían de fiebres puerperales, Semmelweis pensó que las muertes podrían haber sido provocadas por la contaminación de los pacientes con rastros de sustancias cadavéricas en descomposición.

Entonces fijó en la puerta de la clínica un anuncio que decía: “A partir de hoy, 15 de mayo de 1847, todo médico o estudiante que salga de la sala de autopsias y se dirija a la de alumbramientos, está obligado antes de entrar en ésta a lavarse cuidadosamente las manos en una palangana con agua dorada dispuesta en la puerta de entrada. Esta disposición rige para todos. Sin excepción”. En un año, el índice de mortalidad por fiebre puerperal se redujo en un 80 por ciento.

Semmelweiss fue expulsado del hospital por sugerir que los médicos estaban causando contagios mortales en los pacientes. Cuarenta años más tarde, su descubrimiento se convirtió en la base de la asepsia en las salas de cirugía de los hospitales modernos. Hoy sigue salvando millones de vidas.

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