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Columnistas | PUBLICADO EL 28 noviembre 2021

Turismo es otra cosa

  • Turismo es otra cosa
  • Turismo es otra cosa
Por Elbacé Restrepoelbaceciliarestrepo@yahoo.com

El 21 de este mes, EL COLOMBIANO publicó un reportaje titulado “A la comuna 13 no le cabe un turista más”. Es cierto. No tanto a la comuna, que es un territorio inmenso, pero sí al Graffitour, para ser exactos. Decía el redactor, además, que los fines de semana eso parece “una procesión sin santos”. Tal cual.

Las escaleras eléctricas y todo lo que se ha construido a su alrededor hoy parecen un lugar de peregrinación al que se va más por pasar el rato que para tratar de entender lo que vivieron sus habitantes antes, durante y después de una guerra cruel, larga y dolorosa a la que fueron sometidos por mucho tiempo.

Desde la afueras de la estación San Javier del metro empieza la congestión. Muchos guías ofrecen el recorrido a cientos de turistas que llegan cada día, entre nacionales y extranjeros. Una buseta los acerca a Las Independencias, donde empieza la procesión a pie, porque allí no hay calles, sino laberintos en los que no cabe un arroz parado. Las casas se han convertido en “museos”, cafés, restaurantes, miradores, almacenes de baratijas, recuerdos, tenis, camisetas, gorras...

Mientras las paredes hablan a través de murales y grafitis, en los que todos quieren tomarse fotos, los guías van narrando la película de terror que allí vivieron. Pero la historia se diluye entre el ruido insoportable de los cantantes de rap, de vallenatos, de hip hop y de reguetón, y de las motos, muchas, que suben y bajan por entre los tumultos de personas que también suben y bajan. El objetivo inicial, que era conservar la memoria histórica, se ha convertido en una vocación comercial desenfrenada.

El turismo solo sirve si mejora la calidad de vida de la gente local. Municipios como Guatapé y Santa Fe de Antioquia, entre muchos otros, sí que saben de los estragos que causa el turismo “de chancleta”. Muchos lugares muy lindos pierden su encanto porque es imposible apreciarlo entre la invasión desordenada de negocios que compiten a punta de ruido y ventorrillos callejeros que opacan su belleza y puntos de interés. Barichara, por ejemplo, es un destino turístico de talla internacional que, pese a recibir miles de visitantes durante todo el año, no se ha dejado prostituir por el dinero de los turistas. Los recibe con gusto y los atiende muy bien, pero ni a ellos, ni a los comerciantes, les permite hacer lo que se les dé la gana.

En Las Independencias algunos han ganado ingresos, pero el común de la gente ha perdido el derecho a la actividad comunitaria, el tejido social, el abastecimiento de los productos, la disponibilidad de los servicios esenciales, el libre desplazamiento, el espacio público y hasta la intimidad. La calidad de vida de sus habitantes tiende a deteriorarse. Turismo es otra cosa.

Autoridades, colectivos sociales y comunidad tienen que encontrar una solución urgente para organizar ese hormiguero de foráneos que se mueven erráticos. Mientras tanto, los habitantes añoran la tranquilidad perdida, que ya creían haber ganado, y a muchos de los visitantes pocas ganas les quedan de volver 

Elbacé Restrepo

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