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Por Andrés Restrepo Gil - opinion@elcolombiano.com.co

Acumular cicatrices

Así, la violencia de hoy no es paralela a la violencia del pasado. A ese pasado, suficientemente triste, le estamos sumando un presente, idénticamente lacerante.

hace 4 horas
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  • Acumular cicatrices

Por Andrés Restrepo Gil - opinion@elcolombiano.com.co

En Villa Rica, Cauca, un patrullero de la policía es asesinado, resultado de la explosión de un carro bomba. Su nombre era Duván Andrés Ramírez. En Caloto, en el mismo departamento, un francotirador acabó con la vida de otro policía. Su nombre era Jair Gonzalo. En Sonsón, Antioquia, un policía fue emboscado en zona rural y, como resultado de los impactos de bala, también murió. Su nombre era Juan Carlos Amaya. En Meléndez, un barrio de Cali, un vigilante protegió con un cartón los rayos de sol que sobre una moto caía, activando los explosivos que dentro de esta se escondían. También perdió la vida. Su nombre era Henry Obando. Como resultado de los atentados en esta ciudad, murieron otras dos personas, entre ellas un adulto mayor, de los que muy poco se sabe. Ni sus nombres. En Bogotá, días antes, un niño de catorce años se ubica detrás de Miguel Uribe, el precandidato presidencial. Luego, saca un arma, apunta al cuerpo del político y logra impactar tres proyectiles de bala, dos en su cabeza y uno en su pierna. Y, sin que cobrasen víctimas mortales, hemos sido testigos en los últimos días de una serie de cilindros, motocicletas con explosivos y una cadena de hostigamientos que han dejado a su paso decenas de heridos.

Esta violencia en su conjunto, con sus carros bomba, con sus francotiradores y con sus sicarios; con sus heridos, con sus homicidios, con su terror, no debe, según mi consideración, interpretarse como las nuevas formas de una violencia antigua, que hoy ocurre nuevamente. Dado que siempre deja heridas y cicatrices, la violencia nunca se repite. No creo que los sucesos violentos de estos últimos días sean redundantes, ni que sea el reflejo idéntico de la antigua violencia de ayer, que contrasta con la nueva violencia de hoy.

Que la violencia de hoy pueda ser comparada con la violencia del pasado es ya un indicio de que no estamos transitando por viejos senderos y que la historia no se está repitiendo. Si hay un pasado con el que comparar lo que hoy hacemos; si hay ya en nuestros antecedentes muertos y asesinatos, sicarios y bombas, entonces nos encontramos en un presente, en el que a las heridas aún sin curar y a las cicatrices ya curadas, se le suman nuevas secuelas, incentivando con esto nuevos dolores y más sufrimiento, sobre un pasado atestado ya de sufrimientos y suficientemente doloroso. Así, la violencia de hoy no es paralela a la violencia del pasado. A ese pasado, suficientemente triste, le estamos sumando un presente, idénticamente lacerante. Por eso, nuestra violencia no es cíclica. Es acumulativa. Sus secuelas no se regeneran: se están aglomerando. Y creo que es esto lo que hace particularmente grave los sucesos de esta semana: los referentes de ayer, que nos hicieron testigos de las dimensiones trágicas que conlleva la guerra, no bastaron ni fueron suficientes para, por fin, de una vez y para siempre, no tener más pasados como los que tuvimos y no tener más presentes como los que tenemos.

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