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Columnistas | PUBLICADO EL 20 mayo 2021

Trump y la gran mentira

Por Jorge Ramos

La niña de 11 años vio el nombre del expresidente Donald Trump en la pantalla de mi computadora y se asustó. “¿Qué pasó con Trump?” me preguntó exaltada, como si de pronto se le hubiera aparecido un monstruo en una pesadilla.

“Nada”, le dije, “no te preocupes; él sigue encerrado en su casa de la Florida”. Y se fue, poco convencida de lo que le acababa de decir.

Lo he pensado bien y creo que debí haberle dado otra respuesta. Sí hay que preocuparse por Trump. Por mentiroso y por los millones de personas que se creen sus mentiras.

El hecho de que no lo veamos y leamos en las redes sociales como antes, debido a que Twitter y Facebook lo tienen bloqueado, no significa que ha bajado su peligrosidad para la democracia de Estados Unidos. Trump está apostando por la gran mentira para controlar al partido Republicano y, quizás, para tratar de regresar a la presidencia.

La gran mentira es que Trump ganó las pasadas elecciones presidenciales y que hubo un fraude mayúsculo para poner a Joe Biden en la Casa Blanca. Pero no hay ninguna evidencia –ninguna– de que eso ocurrió. Los resultados oficiales indican que Biden ganó con 306 votos electorales frente a 232 de Trump. Incluso en el voto popular, Biden –con más de 81 millones de votos– superó ampliamente a Trump, quien consiguió 74 millones de votos.

Lo más alucinante es que miembros del partido Republicano se han doblegado para proteger los falsos argumentos de Trump y defender públicamente sus mentiras. Cualquier republicano que se atreva a cuestionar la visión trumpista de las elecciones corre el riesgo de perder su puesto dentro del partido. Como Liz Cheney.

La congresista Liz Cheney era la tercera en la jerarquía del partido Republicano en la Cámara de Representantes. Pero esta semana fue destituida de su puesto partidista y reemplazada.

Si la hija de Dick Cheney –uno de los vicepresidentes más radicales que ha tenido Estados Unidos y, en parte, responsable del inicio de la injustificada guerra en Irak en el 2003– no es aceptada en el liderazgo del partido Republicano, es que algo raro está pasando.

Lo que está pasando es que los republicanos le tienen terror a Trump.

Pero Liz Cheney nunca fue fan de Trump. Tras la insurrección en el Capitolio el pasado 6 de enero, ella fue uno de los 10 republicanos que votaron para destituir al presidente, quien poco antes había incitado a la multitud a marchar hasta la sede del Congreso. Esa, Trump no se la iba a perdonar. Y se la acaba de cobrar.

Ella, sin embargo, no se quedó callada. “Hoy enfrentamos una amenaza como nunca antes”, dijo en el Congreso en un discurso previo a ser destituida. “Un expresidente, que provocó un violento ataque al capitolio para tratar de robarse la elección, está tratando de convencer a los estadounidenses de que le quitaron (la presidencia). Y así está incitando a más violencia (...) y eso afecta negativamente el proceso democrático”.

Una de las cosas que siempre he admirado de Estados Unidos es su certeza democrática. Gana la presidencia quien tiene más votos electorales. Punto. Y aún en una elección muy cerrada –como la del 2000 entre George W. Bush y Al Gore– el perdedor reconoce su derrota y, al hacerlo, reafirma la validez del sistema.

Pero con Trump eso no ocurrió. Ni reconoció su derrota ni felicitó al legítimo ganador. Y todo pudo haber quedado como el desbordado berrinche de un ególatra. El problema es que se está convirtiendo en la nueva verdad de uno de los dos partidos que rigen la vida política en Estados Unidos.

Como periodista me ha tocado entrevistar a varios republicanos después de las elecciones del 2020 y cuando les pregunto sobre Trump y sus mentiras, parece que se les apareció el diablo y evaden el tema. Hacen cualquier cosa con tal de no desatar la furia del expresidente.

Estados Unidos tiene un sólido sistema para realizar elecciones y para contar los votos. Pero Trump, como un mal perdedor, quiere crear dudas en el sistema para justificar su derrota.

Esa es la gran mentira de Trump. Y no hay nada más triste y vergonzoso que tragarse la mentira de un bully con un ego gigantesco y luego salir a defenderla

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