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Columnistas | PUBLICADO EL 22 julio 2019

Trump, lo que va del hombre al mono

Por carlos alberto giraldocarlosgi@elcolombiano.com.co

Hay fisuras, divergencias, en el mismo gobierno de los Estados Unidos respecto de la cacería de inmigrantes latinos ilegales en que quiere emplearse sin reversa el presidente-candidato Donald Trump.

La circunstancia más problemática en la política reciente de redadas masivas es el tratamiento que se da a ese conflicto: la criminalización de miles de personas, incluidos niños que terminan acudiendo y atendiendo a bebés arrancados del seno de sus madres, hogares y comunidades en el suelo de EE. UU.

Es esa degradación condenable con la que ha querido probar su poder Trump desde que llegó a la Casa Blanca: empeñado en un nacionalismo que desfigura el espíritu de integración y diversidad que ha caracterizado a Estados Unidos, capaz de ser un crisol en el que se funden etnias y patrimonios culturales. Un laboratorio social fabuloso de intercambios que Trump quiere reducir a la idea de supremacía (blanca) en unos, justificados para expulsar a otros (mestizos) que son la “amenaza”.

El gran poder y encanto de ese país ha sido precisamente su capacidad de absorción de ciudadanos del mundo que llegan a una nación, con orden y legalidad, en la que esos extranjeros se sienten aceptados y tolerados, con la oportunidad excepcional de convertirse en sujetos productivos, útiles, progresistas.

Ahora Trump quiere partir esa coexistencia levantando muros hacia afuera, sembrando odio y desconfianza inter-racial en la vida cotidiana y poniendo etiquetas de terroristas en las espaldas de los indocumentados.

Estados Unidos, que siempre ha sido una ulterior esperanza de oportunidades, éxito y humanidad para tantos seres postrados o desaprovechados en sus naciones, ahora se llena de miedos y se fractura instigado por los discursos de un presidente patán, seudonacionalista, capaz de volcar sus energías y su mandato para poner tras alambradas a niños de 2, 3, 4 y 5 años.

Es lamentable que los Estados Unidos no tengan un presidente a la altura de estadistas de sus antecesores. Esta nación, siempre fascinante, alumbrada por sus sonrisas en francés, ruso o vietnamita, levantada por brazos amerindios y afroamericanos, ahora tiene por jefe a un comerciante avivato, necio y romo.

Las imágenes e historias de maltrato a inmigantes en centros de detención fronterizos, las últimas semanas, malversan el legado de nacionalismo sano y a la vez de tolerancia de los habitantes de un país orgulloso de ser y aprender de la diversidad infinita que exhiben sus calles. Después de las luchas de M.L. King, y otros tantos, hay un presidente obsesionado por convertir a los mestizos en racistas y a los rubios en verdaderos monos.

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