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Estas familias que hace unos días tenían la certeza de que habían reunido lo suficiente para entregar la cuota inicial de su sueño, tendrán que terminar el año con la incertidumbre de la financiación que les prometió un gobierno que poco cumple su palabra.
Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas
Mañana se celebra el Día de los Inocentes, pero Gustavo (al mejor estilo de Nicolás Maduro) decidió adelantarnos la celebración, anunciando la mayor inocentada: dejó la casa de las familias más vulnerables de Colombia en el aire.
Petro quiso vendernos la idea de que desmontar “Mi Casa Ya” es un paso hacia un sistema más equitativo, pero la realidad es que su gobierno le quitó, sin aviso, el sueño a miles de colombianos que ya estaban listos para dar el primer paso hacia su propia casa. El sueño de la vivienda propia no puede ser un juego de palabras, y menos una broma de mal gusto.
El Día de los Inocentes está reservado para bromas ligeras, no para decisiones que impactan vidas. Las familias colombianas no son inocentes, son pacientes. Pero esa paciencia tiene un límite, y este gobierno lo está poniendo a prueba.
En Colombia, tener casa propia no es un lujo... es el sueño más grande de las familias, lo que los colombianos anhelan mientras levantan sus copas a las 12 de la noche cada 31 de diciembre, lo que piden con velitas el 7 de diciembre y persiguen con ilusión con cada oportunidad que se les presenta. Es lo que los deportistas prometen a sus madres al ganar una competencia, lo que los niños se imaginan cuando crezcan y lo que 7.000 familias tenían al alcance gracias a “Mi Casa Ya”.
Ese sueño, que era ya tangible para miles, fue arrancado de raíz por un gobierno que, irónicamente, se comprometió a trabajar por los más vulnerables. Estas familias que hace unos días tenían la certeza de que habían reunido lo suficiente para entregar la cuota inicial de su sueño, tendrán que terminar el año con la incertidumbre de la financiación que les prometió un gobierno que poco cumple su palabra.
El gobierno de Petro nos prometió justicia social, pero lo que entregó fue más desigualdad. Quitarles a las familias más vulnerables la posibilidad de una vivienda propia es un recordatorio de que las palabras no construyen hogares y las promesas incumplidas solo levantan muros de frustración. Aquí no hay casa porque tampoco hay gobierno.