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Haití es el escenario para un nuevo tipo de política, una política de integración global, de unión del Caribe. El Catatumbo, por el contrario, representa todo lo que estamos dejando atrás: un país en guerra.
Por Sofía Gil Sánchez - @ladelascolumnas
Si nos metiéramos en la mente de Gustavo, que puede ser un lugar oscuro y bastante retorcido, quizás encontraríamos su justificación para viajar a Haití en medio de la mayor emergencia humanitaria de la historia del Catatumbo. Sería algo como:
Debo ir a Haití a rendirle homenaje al Bolívar internacionalista, él comenzó su revolución en este suelo... mi presencia no es opcional, es histórica. Es mi deber como presidente, como líder del Sur Global, como el único heredero del sueño bolivariano.
El Catatumbo puede esperar. Siempre lo ha hecho. Después de todo, no hay titulares internacionales sobre campesinos desplazados, secuestrados en sus propias casas (si es que les quedan) o niños que no conocen un día sin balas. Pero Haití es mi oportunidad para vanagloriarme ante los ojos de los países que importan.
36.139 personas desplazadas y 41 homicidios confirmados no son igual de importantes que marcar el rumbo de esta revolución global con mi canciller, Laura Sarabia, a mi lado. Su consejo ha sido claro: “Presidente, Haití es una vitrina. Allí puede hablar de Bolívar, del cambio climático, de los retos del Caribe. Allí puede mostrarse como el líder que trasciende las fronteras”. Y tiene razón. La historia no se detiene por las tragedias locales.
Esta misión demanda que mi equipo más importante esté conmigo. El Ministro de Defensa debe acompañarme. Es el rostro de mi política de Paz Total, es mi respaldo. Dejarlo en Colombia sería un error estratégico. Si Haití me necesita, el ministro también debe estar allí. No hay nada qué hacer en el Catatumbo que no podamos resolver con un decreto desde Bogotá. La presencia militar sigue allí. Los operativos están en marcha, ¿qué más esperan los fascistas?
Sí, en el Catatumbo hay violencia. Pero no hay nada que mi ministro pueda hacer ahora. No puedo permitir que el ruido de las balas allá opaque mi visión aquí. Haití es el escenario para un nuevo tipo de política, una política de integración global, de unión del Caribe. El Catatumbo, por el contrario, representa todo lo que estamos dejando atrás: un país en guerra.
Y hay algo que no se debe subestimar: la utilidad del caos. Si algo se descontrola mientras estoy fuera, la conmoción interna está a mi disposición. No me asusta, al contrario, es una herramienta poderosa. Con la conmoción puedo controlar todo: medios, oposición, regiones rebeldes. Es el sueño de cualquier líder transformador. Es la clave para empezar esa nueva era en la que puedo reestructurar el país según mi visión.
¿Quién me va a criticar realmente?, ¿la prensa tradicional?, ¿los políticos del centro y la derecha? Ya están desacreditados. El pueblo que me eligió y los tuiteros que me defienden entenderán que este viaje es parte de algo más grande, algo trascendental. Siempre he sabido manejar el discurso: cuando vuelva, diré que Haití es un espejo de Colombia, que su lucha contra la desigualdad y su resistencia al olvido nos hermana. Y si alguien se atreve a mencionar el Catatumbo, siempre está la retórica: la Paz Total toma tiempo, estamos trabajando en ello, no es algo que se solucione de la noche a la mañana.
Mi legado no se construye en rincones olvidados ni en ríos de sangre, se construye en los escenarios internacionales donde las cámaras me enfocan, donde mi mensaje resuena. La revolución que lidero necesita un escenario global, y Haití es la plataforma perfecta.
El Catatumbo puede esperar. Haití no... yo no.