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Columnistas | PUBLICADO EL 13 agosto 2021

Sobre el tanto tiempo que se pierde

Por JOSÉ GUILLERMO ÁNGELmemoanjel5@gmail.com

Estación Interferencia (que también podría llamarse Impertinencia), a la que llegan los que pudieron hacer algo bueno, pero que no lo lograron del todo, los que se quejan de que el tiempo no rinde o, mirando los relojes, vuela; los que tenían una idea y se les revolvió con otras, los que se alteraron y mezclaron esa alteración con lo que hacían, los que no cumplieron y justifican el incumplimiento, los que se sienten perseguidos por el celular o por los tantos avisos que aparecen en las pantallas de los computadores, los que ya tienen las orejas llenas de pitidos y, bueno, adquieren tics. Y en esta fila, en la que abundan las caras descompuestas, aparecen los reinformados (la palabra no existe, pero es válida), los alarmados acerca de la efectividad de las vacunas, los que, sin buscarlos, adquirieron nuevos deseos, etc. En la Estación, el tiempo y el hacer están desintegrados.

Es claro que vivimos los tiempos del acelere y los espacios reducidos, y lo que hacemos se permea con lo que llega de repente, y en los tiempos en los que el otro deja de serlo porque, antes que atenderlo o aprenderle, le doy importancia al exceso de información que llega por los medios electrónicos a consecuencia de los algoritmos adquiridos en las búsquedas (nos mantienen comercialmente vigilados). Tiempos de productos que no paran de ofrecer variaciones (o de amenazar diciendo que ya el dispositivo no está a la altura de la nueva tecnología) y en que ya no se respeta el tiempo del otro, sino que se lo invade de manera inoportuna, afectando lo que se hace (WhatsApp, mensajes de texto y orales, timbres que indican que ha llegado algo, correos electrónicos inesperados, etc. Y en este maremágnum de información no solicitada, la excitación es permanente, el mal genio abunda y se pasa de repente de un estado mental a otro, no sé si afectando demasiado el cerebro.

¿Cuánto tiempo se pierde atendiendo informaciones repentinas? ¿Cuánta excitación producen? ¿De qué forma afectan el ritmo del trabajo que hacemos? Si este tiempo se sumara y paralelamente los desvíos que se dan, creo que daría una buena cantidad de pérdidas económicas, sin contabilizar los efectos en la efectividad del trabajo. Y lo malo es que en la vida cotidiana reclamamos estas distracciones. Si yo apago el celular, los buzones de mensajes se llenan reclamando por qué no estoy dispuesto. Si cierro las actualizaciones, programas nuevos para trabajar ya no se instalan. Total, me están pidiendo que sufra de dispersión de la atención y me esclavice de una información que más parece una guerra. Y, bueno, la cara se me alarga.

Acotación: ¿cuánta información diaria necesita una persona? ¿Cuánta cantidad de tontería debo aceptar? Por lo visto, vivir conmigo ya está prohibido y, si no entro en la confusión, puedo ser sospechoso. La locura manda

José Guillermo Ángel

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