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Columnistas | PUBLICADO EL 25 marzo 2023

Sobre cambios de clima

Vivimos tiempos dionisíacos (de realidades alteradas) debido a los múltiples intereses de los dirigentes globales que se mueven en dos campos (en el de lo que pasa y esconden) y en el ciberespacio.

Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com

Estación Desorden, a la que llegan todos los que no se quieren ordenar y prefieren habitar el noveno círculo del infierno de Dante (el peor de todos, el de los congelados y traidores), los que anuncian victorias de guerras perdidas y publicitan ayudas en destrucción (armas de todos los tipos y radiaciones), los que ven en el planeta solo explotación de recursos que se agotan y generan todo tipo de desequilibrios ambientales, los que se oponen dañando y no aportando nada (o sí, pregonando virus), los que consideran que hacer política es evitar cualquier diálogo que construya, los que se encierran en cápsulas ideológicas y caminan hacia atrás negando cualquier progreso, los que inventan invasiones de ovnis para desviar la atención sobre otros problemas (los financieros, por ejemplo), los que no quieren ver al otro que los cuestiona y entonces activan el macartismo, los que gobiernan por Twitter (solo emociones), los que todo lo interpretan desfigurando la historia, los que tapan mientras lo que cubren se desborda. En fin, el desorden es sopa que hierve enloquecida botando la tapa.

Para Friedrich Nietzsche, todo desorden (lo dionisiaco) es previo al orden (lo apolíneo), pero a la vez toda ordenación (quizá por el asunto de la entropía) es un inicio de destrucción. Y en este círculo, de levantarse y caer, de ordenar y luego desordenar, el desorden tiene más fuerza por lo dañino. Y es claro que vivimos tiempos dionisíacos (de realidades alteradas) debido a los múltiples intereses de los dirigentes globales que se mueven en dos campos (en el de lo que pasa y esconden) y en el del ciberespacio, en el que masa desaparece y solo queda el individuo hiperinformado (sin información de valor) que no suelta el celular y ahí se deshace. Y en estos campos de realidad aparente, no hay caminos sino brechas de todos los tipos. Brechas que aíslan y no permiten la construcción de nada, a no ser inseguridades.

Cuando Flavio Aecio destruye las hordas de Atila en la batalla de Châllons (en 451), esta victoria se convierte en el inicio de la caída de Roma. El imperio está bien armado, pero en su interior abunda la corrupción, las leyes se violan, las apariencias van por todos lados y el gobierno es una farsa (algo muy parecido a Los intereses creados, la obra de teatro de Jacinto Benavente). Y algo similar pasa hoy, cuando la historia nos dice qué puede pasar, pero nos negamos a oírla. Y en esta negación, abundante en fantasmas, lo dionisiaco hace de las suyas, hasta que llegue un Odoacro y acabe con todo.

Acotación: Antes de que los vándalos acabaran con el imperio romano, ya este estaba carcomido por el desorden. Los climas políticos eran tormentas y la economía caía por su mala administración. Pero bueno, de alguna forma sobrevivimos, aunque mal y aporreados.

José Guillermo Ángel

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