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Ya no hay espacio para más excusas. La crisis que el planeta vive requiere un llamado a la acción en un mundo donde las fronteras hace mucho se diluyeron. Esta situación, hay que reconocerlo, no tiene como fuente exclusiva el covid-19, sino que es la manifestación de problemas sistémicos y trampas para el desarrollo económico que se han profundizado con el paso de los años. Estamos, entonces, en un momento de verdad, ante la oportunidad de ser más humanos, de actuar diferente y cambiar el mundo.
Esta coyuntura ha acentuado nuestra fragilidad como sociedad. Enfrentamos una crisis de una dimensión global, difícil de cuantificar y con una velocidad sin precedentes. Un libro de Nassim Taleb, “El Cisne Negro: El Impacto de lo Altamente Improbable”, menciona la posibilidad creciente de cruzarnos con un evento que podría cambiar la forma como vivimos hasta en un mundo conectado y tecnológicamente evoluido y que el futuro, aun sonando un “cliché”: no se puede predecir. Las naciones han estado divididas entre la prevención y cuidados médicos para reducir el impacto del virus y en preparar la reactivación económica ante una crisis financiera y sobretodo humana inminente. Un reporte reciente de McKinsey sugiere que Estados Unidos y la Unión Europea podrían recuperarse apenas en 2023, y según la Organización Internacional de Trabajo se podrían ver afectados 195 millones de empleos a nivel global. ¿Pero qué decir de los miles de millones de personas vinculadas a la economía informal en el mundo u otras poblaciones vulnerables?
Es así que ante la emergencia que vivimos, no hacer nada no es una opción. Pero las soluciones que actualmente se requieren no pueden ser solo tecnológicas o bajo el riesgo de levantar preguntas sobre derechos individuales y libertades acotadas, privacidad y ética. Es claro que debamos actuar bajo premisas como la solidaridad, la articulación y la confianza institucional, pero a la luz del uso consciente del conocimiento que hemos acumulado durante milenios. La ciencia y la tecnología deben asumir un rol clave en la generación de soluciones para la salud pública y a la vez el reto herculano que será la reactivación económica; sin embargo debemos hacerlo bajo un lente de confianza y oportunidad para reestructurar nuestras economías.
En el evento anual de este año de Davos del Foro Económico Mundial, uno de los temas centrales fue el concepto de “capitalismo de los grupos de interés” (del inglés Stakeholder Capitalism), que propone un mundo cohesionado y sostenible para enfrentar las divisiones sociales, la desigualdad y la crisis climática. Es el momento en que nos debemos mirar de forma honesta y preguntarnos: ¿queremos continuar con el mundo de antes a la declaratoria de la pandemia o mejor aprovechar esta coyuntura para dar respuesta a un modelo económico que se nota agotado?
Si queremos solucionar estos desafíos, que se acentuaron con la pandemia, tenemos que cambiar el mundo, bajo una visión holística y acciones alineadas entre el sector público, privado, la academia y la sociedad civil y sustentado en ciencia y tecnología. El liderazgo debe ser claro y valiente, sereno pero contundente, no solo institucional sino personal, como miembros de una sociedad que requiere que nuestros actos tengan mayor impacto. Reitero: ¡ya no tenemos excusas!.