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Pero esa idea de unidad de propósitos nacionales para buscar los consensos sobre el desarrollo colombiano no está en la agenda presidencial. Allí en sus páginas solo se encuentran revanchismos y provocaciones.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Si en el país estuviera al frente de la Presidencia de la República un estadista, habría llamado a la unidad nacional como la mejor celebración de la victoria jurídica sobre las ambiciones nicaragüenses en el Mar Caribe colombiano. Una unidad nacional alrededor de un acuerdo sobre aspectos esenciales de país para sacar a la Nación de esta incertidumbre en que se encuentra.
Pero esa idea de unidad de propósitos nacionales para buscar los consensos sobre el desarrollo colombiano no está en la agenda presidencial. Allí en sus páginas solo se encuentran revanchismos y provocaciones. El desprendimiento, la voluntad de armonizar a todos los agentes del progreso nacional en lo económico, social, cultural, lo reemplaza con más pugnacidad e intolerancia.
La voz del cardenal Rueda cuando llama a consensos, a abrir canales de diálogo para “que todos trabajemos por la unidad y el bien común del país”, clamó en el desierto. Petro no oyó por el ruido del avión que lo conducía a Bruselas, incumpliéndoles de nuevo a los isleños que lo esperaban para recibir en la isla el fallo de la Corte de Justicia de La Haya y reafirmar desde allí la soberanía nacional. Salió presuroso con el rabo entre las piernas luego del reproche que le hizo el Consejo de Estado por atribuirse con los militares retirados méritos que no eran suyos. Vieja maña de su amplia colección de falacias.
Petro no sabe de convocatorias nacionales para objetivos superiores de país. El estilo del mandatario colombiano es el de la confrontación. Solo extiende las manos a quienes han causado dolor y derramado tanta sangre para otorgarles inmunidad e impunidad. El resto del país, el que cumple con la Constitución y las leyes, con los deberes ciudadanos, no figura en el mapa del populismo ni en la cartilla de los ideologizados.
El triunfo de Colombia en la Corte Internacional de La Haya habría sido para celebrar con demostraciones elocuentes de magnanimidad, enmarcados en la convocatoria a la unidad nacional. Era el momento más propicio para cancelar rencillas, como lo hizo en su momento un intransigente tan colérico y fundamentalista como Laureano Gómez cuando la crisis con el Perú en 1930. Pidió la paz en el interior del país, que él mismo, con su eslogan de “hacer invivible la República”, estaba triturando en la lucha tribal de los partidos. Petro no sabe de los atributos que encierra el desprendimiento como catarsis curativa. Ni menos sabe colocar por encima de las ideologías oscurantistas los valores de patria para construir país dentro de los disensos que conducen a consensos.
Se perdió esa oportunidad de aprovechar con inteligencia y patriotismo el éxito de Colombia en la defensa de su mar territorial, que la dictadura sandinista pretendía invadir. Esta oportunidad de comenzar a corregir el rumbo del país se malogró. Las oportunidades se van agotando...
P.D.: “Luisgui” Gómez Mora tenía la rectitud y bondad de Juan, la prudencia y generosidad de María Teresa. Esposo, padre y hermano ejemplar. Amigo de sus amigos. Ciudadano de bien. Nos duele en el alma su partida.