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El fanatismo es ciego. Lo he pensado siempre, pero ahora lo confirmo una vez más, después de leer la verdadera historia detrás del rastro de sangre que ha dejado la publicación de la novela Los versos satánicos del escritor hindú Salman Rushdie.
Su autor aún se recupera en un hospital de Nueva York de las heridas que sufrió, apuñalado por Hadi Matar, un joven de 24 años, fervoroso lector del Corán, que era aprendiz de boxeo y se ganaba la vida trabajando en una tienda de descuentos. Según The New York Times, justo después de que Rushdie se sentó en el escenario donde iba a leer una conferencia, el joven se abalanzó sobre él y comenzó a golpearlo furiosamente con los puños. Los asistentes solo se dieron cuenta de que Matar llevaba un cuchillo en la mano cuando Rushdie ya había recibido diez puñaladas. Entonces lo sometieron, antes de que fuera detenido por la policía.
Desde que fue condenado a muerte por blasfemia por el ayatolá Jomeini, en 1988, tras la publicación de su novela, Rushdie no ha sido la única víctima de Los versos satánicos. El traductor italiano Ettore Caprioli fue apuñalado, aunque sobrevivió. El traductor japonés, Hitoshi Igarashi, murió en un atentado. Asediado por constantes amenazas, el novelista se vio obligado a vivir en la clandestinidad durante más de tres décadas, oculto bajo el nombre falso de Joseph Anton. Las editoriales siguieron publicando el libro omitiendo los verdaderos nombres de los traductores.
Solo ahora, después del atentado contra su autor, he podido conocer la verdadera historia de Los versos satánicos, gracias a dos artículos publicados por la revista Babelia, de El País, de España, y por el Instituto Cervantes. El primero es de la traductora española Nuria Barrios. El segundo, del escritor español Mario Antolín Rato.
Nuria Barrios dice que, “según la tradición islámica, la escritura del Corán fue dictada a Mahoma por Alá a través del arcángel Gabriel. Para vencer la resistencia que mostraban sus vecinos de la Meca a ser convertidos, Mahoma incluyó cuatro versículos sobre tres diosas locales. Más tarde declaró que había sido víctima de una treta de Satán y los suprimió. Aunque en árabe esos versículos se conocen como grullas (pájaros), los orientalistas británicos del siglo XIX los bautizaron como “versos satánicos” y así llamó Rushdie su novela: “The Satanic Verses”. Cuando se publicó en árabe, el título fue literalmente traducido como Al-Ayat ash-Shataniya. Shataniya significa Satán, pero ayat hace referencia a los versos del Corán en su conjunto y no a esos cuatro versículos. Aunque el error de origen procedía de la traducción de los orientalistas británicos, en el viaje de ida y vuelta del árabe al inglés y del inglés al árabe, el título tomó la parte por el todo y se transformó en blasfemia”.
Mario Antolín Rato sostiene la misma tesis: la condena a muerte de Salman Rushdie por su novela tiene su origen en un descuido de traducción. Rato se apoya en un ensayo del escritor Eliot Weinberger, en el que este sostiene que, como la expresión “versos satánicos” es completamente desconocida en el mundo musulmán —algo que, al parecer, Rushdie no sabía—, el título erróneamente traducido al árabe implicaba una de las más graves blasfemias imaginables: que el Corán había sido compuesto por Satán, algo que en la novela de Rushdie jamás se dice.
Los fanáticos ni oyen, ni ven, ni entienden. Alá es grande, pero los fieles que cometen en su nombre esta clase de crímenes acatando ciegamente los dictados de sus clérigos delirantes son pequeños, pequeñísimos, y —qué desgracia— también son ignorantes de su propia ignorancia