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Ya es noticia vieja el regreso del general (r) Mora Rangel a la mesa de las conversaciones de La Habana. Lo que sí se esperaba como información nueva era cómo iba a pronunciarse allí respecto al asesinato de los soldados en el Cauca por cuenta de los subversivos.
Sabe el general la indignación nacional causada por el crimen contra los militares. Es consciente de que el país lo tiene como un símbolo de seriedad y coherencia en un proceso que no ha tenido propiamente consistencia y sí mucho de ingenuidad y de sorpresa. De ansiedad que ha conducido a cometer una carrera interminable de errores en donde la peor parte la ha llevado el gobierno. Que lo digan las silbatinas a Santos en Cali, Bogotá y Medellín. Un gobierno víctima de su temporalidad para apurar el proceso y una subversión que maneja con destreza y habilidad la intemporalidad en su juego marrullero.
El general Mora es un aval para la protección de las Fuerzas Armadas. Es garantía para que no se juegue irresponsablemente con el futuro de ellas por mamertos contagiados por el síndrome de Estocolmo en las tertulias habaneras.
A Mora Rangel lo conocimos cuando era el comandante de la IV Brigada. Nos visitaba en EL COLOMBIANO cuando estimaba que algunos informes se editaban sin el rigor de lo que en verdad ocurría en la labor de su Ejército para salvaguardar el orden público antioqueño. Era directo y franco en su exposición. La hacía con mucha convicción y con hondo respeto por la misión de la independencia periodística. De allí comenzamos a conocerlo, a admirarlo y a apreciarlo.
Hace pocos años nos lo encontramos en Pereira, en la Asamblea General de la Andi. La víspera de su presentación ante la plenaria de los empresarios compartimos vecindad en una comida que ofreció Luis Carlos Villegas, entonces cabeza de aquella institución, hoy tan venida a menos. Reanudamos allí el diálogo con el afecto y el respeto debido a su trayectoria y resultados. Nos relató su difícil misión. Las incomprensiones que su protagonismo despertaba, no solo entre civiles, que fueran constitucionalmente sus superiores, sino en algunos compañeros de armas.
Tuvimos ocasión de expresarle que para nosotros los escépticos, su nombre en la mesa de La Habana era prenda de garantía. Su dignidad, experiencia, criterio, carácter, contribuían a que los colombianos estuviéramos tranquilos en el cumplimiento de su misión histórica. Él, atento, nos escuchó con su firmeza comprobada. Nos dijo estar preparado para toda clase de vicisitudes, jugándosela por el bien del Ejército y de la paz.
Por eso el país estaba expectante sobre las palabras de Mora Rangel acerca del asesinato de los soldados. Pero terminó el pasado lunes una nueva ronda de conversaciones y Mora –por estrategia, orden de lo alto o prudencia excesiva– guardó silencio que en este caso no fue más elocuente que las palabras. No dejó constancia histórica alguna. Ni menos, que se conozca, fijó reglas claras para condicionar la prolongación de su protagonismo. ¿Esa declaración quedaría aplazada para la próxima ronda? ¿O definitivamente enterrada?.