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Querido Gabriel,
Queremos nuestro país de nacimiento sin comprender bien por qué y, como todo amor que valga la pena, debemos recibirlo con sus luces y sus sombras, porque son inseparables. Hace pocos días llegó a nuestras salas la película de Disney Encanto, a darnos, como dijo por ahí Diana Uribe, “un baño de esperanza, que nos viene divinamente”. La película nos recuerda que, aunque no seamos el país de las maravillas, somos un país lleno de maravillas. Llega a tiempo para cerrar un año con altas y bajas, sentimientos contradictorios y final incierto. ¿Hablamos sobre lo que somos, de nuestra complejidad, sin desconocer la posibilidad y la belleza?, ¿hablamos de construir juntos el país del futuro, no contra ni a pesar de, sino a partir del país del presente?
Un relato edulcorado, que desconoce la realidad, como todo lo de Disney, le escuché a alguien. A mí, al contrario, el filme me pareció dulce, entrañable y lleno de color. Colombia tiene problemas profundos y dolorosos, y, al mismo tiempo, tiene su encanto, que se manifiesta, especialmente, en nuestra permanente algarabía musical y natural. ¿No se tratará, tal vez, de reconocer que dos realidades contradictorias pueden convivir, ser ciertas ambas, tener cada una su valor? Esa belleza que no se rinde, que toma la forma de cantos de aves y de juglares, es nuestra red de seguridad ante las caídas y se podría convertir en una escalera para salir del pozo del desencanto, para adentrarnos con paso firme en el futuro.
Encanto, del latín incantare, significa recitar o cantar una fórmula mágica. ¿Tú también te sientes hechizado por Colombia, comprometido con ella y su gente, incluso en los momentos más difíciles? Magia, a su vez, es una palabra emparentada con magh, que en indoeuropeo quiere decir tener el poder, poder hacer o ser posible. ¿Será que reconciliarnos con nuestras magias naturales y culturales es la condición precedente para avanzar? No se sabe de un pueblo que haya logrado el progreso y la paz desconociendo sus mejores y más hermosos rasgos.
Una película de Disney sobre Colombia tenía que ser un musical, con cumbia, salsa, vallenato y reguetón. “Dándole golpes a esa tambora entendí que había heredado un tesoro. Que llevaba un tesoro adentro, compuesto de canciones y memorias, y que ese tesoro tenía muchísimo valor, que lo tenía que celebrar y homenajear”, dijo el músico Calo Mesa, esta semana en el Mamm, presentando su bellísimo trabajo Herencias. Quizás nuestra sanación comience cuando abracemos y celebremos nuestros legados indígena, afro e hispánico, y entendamos que nos enriquecen, precisamente, cuando y porque se entrelazan tejiendo nuestra particular identidad.
Conversemos sobre las metáforas de la casa y la familia. Hay allí un relato simple y poderoso, como deben ser las historias que superan generaciones y fronteras. La familia, ¿la sociedad?, resurge a partir de una historia de dolor. En ella cada miembro tiene un don y se abraza la diversidad con sencillez. Mirabel, una mujer joven, devela las historias negadas y las necesarias imperfecciones: descubre que hay una sola mesa para todos. Antonio, el más chico, convive en armonía con la naturaleza y lo enseña a los demás.
Una casa, “la casita”, ¿el país?, capaz de acoger, contener y orientar, está ahí, lista para ser reconstruida con el trabajo amoroso de todos luego del derrumbe. En la tertulia no olvidemos que los cuentos y las canciones infantiles son un gran vehículo para viajar a lugares impensados. Pongamos la canción “Dos oruguitas”, de Yatra, que se nos pegó a la salida de cine: “Ay, mariposas, no se aguanten más [...] / Ya son milagros, rompiendo crisálidas / Hay que volar, hay que encontrar su propio futuro”
* Director de Comfama.