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Columnistas | PUBLICADO EL 17 noviembre 2020

Rambo Trump y la fanaticada venezolana

Por Alberto Barrera Tyszka

El 9 de noviembre, el economista venezolano Federico Alves denunció en su cuenta de Twitter lo siguiente: “Me acaban de botar de la Casa Venezuela de Tampa, organización de apoyo a los venezolanos que llegan sin nada, cofundada por mí hace +10 años, porque apoyo a @joebiden”. Un poco después, para no alimentar una pelea pública, decidió retirar el mensaje de su cuenta. Este ejemplo muestra cómo los procesos de polarización se alimentan, propagando la irracionalidad, arruinando las buenas causas y destruyendo las instituciones.

Hay un grupo de venezolanos, algunos con sonora presencia en las redes sociales, que tiene la fantasía de que Donald Trump es, realmente, el único presidente estadounidense que ha hecho algo por el regreso de la democracia a Venezuela. En el actual contexto electoral norteamericano, opinan y se comportan como si Joe Biden fuera el hijo perdido de una perversa relación incestuosa entre Hugo Chávez y Fidel Castro; como si Trump fuera una nueva versión de Rambo III, la única garantía de salvación que nos queda: rápido y furioso, él solito puede liberar a la patria de Bolívar.

¿De dónde nace esta idea y cómo se sostiene? Después de 4 años en la presidencia, ¿se puede, acaso, decir que la política exterior de Washington ha logrado adelantar alguna solución en el conflicto de Venezuela? ¿Se trata, en verdad, de un enfrentamiento ideológico? ¿Por qué un sector de la oposición venezolana se entrega tan fervorosa a la polarización política de Estados Unidos?

Es interesante comprobar cómo algunos venezolanos de oposición han establecido con Donald Trump la misma devoción ciega que otros venezolanos establecieron con Hugo Chávez en la esquina contraria de un supuesto antagonismo político. Las categorías de “derecha” o “izquierda” son inútiles a la hora de analizar este tipo de lazos. La emoción sustituye a la ideología. Y no cualquier emoción. Es una concepción que supone que la política es o debe ser un exceso sentimental. Una devoción ciega pero muy vociferante.

Este tipo de vínculo entre un líder y sus seguidores va más allá de cualquier doctrina. Apela a consignas simples como “ser rico es malo” o “ser socialista es malo”. Funcionan como sentencias movilizadoras, agitan los miedos, promueven los resentimientos. Ofrecen la ilusión de un argumento cuando, en realidad, expulsan el discernimiento del ámbito político. Son relaciones que viven, precisamente, gracias a eso: a la ausencia de racionalidad.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, comparte con el fallecido presidente venezolano Hugo Chávez dos características esenciales: como líderes mediáticos, ambos tienen un enorme talento publicitario. Como gerentes de mercadeo de sí mismos, no tienen ningún tipo de escrúpulo. Son capaces de hacer cualquier cosa para ganar, para no perder. La ideología solo es una estrategia de ventas que, en estos años, además, ha demostrado una eficacia letal. Basta ver la manera en que los venezolanos seguidores de Trump descalifican a cualquiera que piense distinto, para reconocer de inmediato el mismo tono, el mismo tipo de trato despreciativo con que Chávez y los chavistas empezaron un nuevo proceso de exclusión política en Venezuela. El término “progre” ahora funciona como antes, para el chavismo, funcionaba el término “escuálido”. En las redes, su simple mención sirve para desacreditar y anular cualquier idea o postura diferente a la propia.

La realidad, como siempre, es más compleja. Cuatro años después, el liderazgo opositor está diezmado y es casi invisible, la población se encuentra desmovilizada, controlada por el Estado mediante la pobreza y el chavismo no muestra ningún indicador de resquebrajamiento. Por el contrario: cada vez ejerce la violencia con mayor impunidad y, a partir de su control mediático, fortalece e impone la narrativa que afirma que toda la crisis económica y que todos los problemas del país tienen su causa en el bloqueo.

El final del ciclo de Trump representa también el final de una quimera para un sector de quienes adversan al chavismo: se acaba la ilusión de que hay una salida express, un instantáneo desembarco de marines. Los venezolanos ya deberíamos ser expertos y estar inmunizados ante las promesas mágicas, ante el encantamiento farsante de los Chávez y de los Trump que siempre tratan de convertir la historia de todos en su espectáculo privado

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