viernes
3 y 2
3 y 2
Hace unos días le estaba explicando a un niño que en la vida las palabras dichas y las flechas no se devuelven. Sobre las flechas, no hay mucho que decir: físicamente es imposible que retornen. Con las palabras, el asunto es distinto. Si se dicen de manera incorrecta, pueden hacer mucho daño. Basta con recordar frases antológicas, especialmente de políticos.
“Todo fue a mis espaldas”. Autor: Ernesto Samper. La frase representó la lavada de manos más grande de la historia colombiana. Dio a entender que los narcos hacían lo que quisieran. El país, además de cargar con un presidente aferrado al poder y financiado con dineros cargados de dolor y muerte, se ganó la chapa de paria. Colombia, el lugar donde los carteles de la droga ponen hasta al presidente.
Ahora recordemos a Juan Manuel Santos. En 2013 dijo: “Ese tal paro nacional agrario no existe”. Sus palabras, más allá de ser irónicas fueron despectivas y aceleraron el crecimiento de una bestia: la movilización social desmedida, que encareció la vida de los colombianos y abrió las puertas a la pérdida de control institucional.
Vamos a 2021. Ad portas de una reforma tributaria, el entonces ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, tuvo el infortunio de decir que una docena de huevos costaba $1.800. Consecuencia: Violencia y desmanes en un momento crítico para el país.
Pero ahora, el “yo no lo crié”, del presidente Petro, refiriéndose a su hijo mayor, y “Pues, de malas...” de la vicepresidenta Francia Márquez, al hablar del uso desmedido de un helicóptero del Estado para sus traslados, revelaron lo peligrosas y ofensivas que pueden ser las palabras.
El “yo no lo crié” confirmó que Petro no mide consecuencias con tal de desligarse de un problema. Estamos hablando de un hijo implicado en un asunto no menor, donde hay evidencia de dineros feos -esos que el papá dice combatir- y una vida de raros lujos llegados por obra y gracia de la política, arte donde sí fue criado por el padre, quien le enseñó aunque sea por imagen y semejanza, los artilugios de la política y el poder.
La segunda, “Pues, de malas”, refleja la incapacidad de la vicepresidenta de dejar a un lado resentimientos que rayan en lo obsesivo. Sus palabras y expresión corporal desconocieron el talante de tolerancia al que se obliga por la dignidad que ostenta. Fueron violentas en forma y fondo y profundizaron en el mayor problema que hoy tenemos, problema que, desafortunadamente, se amalgama con violencia: la polarización.
Hago preguntas.
Al presidente: ¿Negar la crianza de su hijo no es reivindicar la figura del padre machista y ausente y confirmar el doloroso adagio de que en Colombia papá es cualquier... ?
A Francia: ¿Ser vicepresidenta ya no la hace parte de las élites?
Con situaciones como estas, pues, de malas todos... Los nadies, los ricos, los de clase media, todos. De malas por tener gobernantes que no miden sus palabras y olvidan cualquier consideración moral y ética a la hora de usarlas