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Escribo esta columna para introducir la palabra edadismo e invitarlos a que se vuelvan anti-edadistas en la vida y en los espacios de trabajo.
Por Juliana Restrepo Cadavid - JuntasSomosMasMed@gmail.com
El edadismo es la discriminación basada en la edad de una persona. Es una palabra que aún no usamos, aunque aquello que nombra sea ubicuo. Es un ismo interesante porque todos los que no muramos jóvenes seremos objeto de lo que hoy somos sujeto, es decir, dejaremos de ser los que discriminan y seremos los discriminados: es como si un viejo blanco-machista-racista-homofóbico se volviera una negra lesbiana a partir de los sesenta.
La discriminación por edad en contextos laborales en Colombia es un fenómeno importante. Según el DANE, 40% de los trabajadores mayores de 55 años la han experimentado. Chat GPT me cuenta de informes de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y del Observatorio Laboral de Colombia en los que se afirma que los viejos tienen una tasa de desempleo de casi el doble que la de los trabajadores más jóvenes, son más propensos a trabajar informalmente, a estar desempleados o a trabajar en empleos precarios. Cuando sí trabajan, enfrentan otras barreras: son vistos como menos competentes y productivos y tienen menos oportunidades de promoción. Los datos en Latinoamérica y en Estados Unidos – les recomiendo el episodio 199 de The broad experience – no parecen ser muy diferentes.
No es lo mismo ser un hombre viejo que una mujer vieja. Las mujeres, más que nadie, tenemos prohibido envejecer. Aquí no les tengo que recitar estadísticas porque esto es cultural y en exceso cercano. Un hombre canoso es muy bizcocho, mientras que una mujer canosa es descuidada. Un hombre barrigón es normi, pero una mujer barrigona es dejada. Un hombre arrugado es inteligente y con experiencia, mientras que una mujer arrugada es una anciana decrépita. En términos laborales hay contextos que discriminan enfáticamente a las mujeres – como a la presentadora de TV canadiense Lisa LaFlamme que echaron por dejarse las canas – y otros a los hombres, pero la sociedad sí nos lo pone más difícil a nosotras.
Escribo esta columna para introducir la palabra edadismo e invitarlos a que se vuelvan anti-edadistas en la vida y en los espacios de trabajo: miren las hojas de vida de los mayores de cincuenta, entiendan los huecos que tienen las mujeres “por tener hijos” en sus carreras profesionales y permitan que ensayen algo nuevo a los cuarenta y ocho, no eliminen a los viejos de las juntas, acepten las formas que tienen de comunicarse, acostúmbrense a las mujeres canosas arrugadas, no vean barrigas con desdén, aprecien la belleza en las arrugas que son cicatrices que encierran belleza.
También escribo para declarar públicamente que seré una vieja regia activista anti-edadismo. No perpetuaré los pedidos de mierda culturales: serás pelinegra ad-infinitum, tendrás la piel lisa, tu abdomen será pre-hijos-cuatro-horas-de-gimnasio-diarias. Yo me dejaré las canas y las arrugas y la barriga cuando me dé la gana. Tendré en mi pelo, en mis pecas y en mis manos la verdadera edad de mi cuerpo. Me comprometo a aprender las formas nuevas para existir en el mundo – por ejemplo esta es la primera columna en la que uso ChatGPT -sin dejar de amar las viejas: también consulté el diccionario. Ya decidirán ustedes si me leen o no, ya decidirán si aún les parece importante lo que tengo para decir.