Pico y Placa Medellín
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Por Dimas Alonso Castañeda Pérez - opinion@elcolombiano.com.co
La semana pasada unos amigos extranjeros llegaron a Medellín provenientes de una ciudad muy turística de nuestra Costa Atlántica, y contaron cómo fueron objeto de toda clase de atenciones y amabilidades que, no obstante, les costaron muchos dólares, bastante más de lo que ellos habían presupuestado. Cuando relataron sus “experiencias”, comprobamos que era un repaso al manual de tumbadas y estafas a los que se ven sometidos no solo los extranjeros, sino todo “cachaco” que ponga sus sandalias en esas tierras.
Esas mismas dos parejas de estafados pero no obstante todavía contentos y agradecidos turistas procedían a salir, con toda la confianza e ingenuidad posible, a caminar las calles de esta ex Tacita de Plata. Prevenido, y un poco alarmado, procedí a impartirles diplomáticamente algunas recomendaciones y advertencias, sobre todo por sus visibles cámaras, relojes y billeteras. Cuál no sería mi sorpresa cuando unos medellinenses allí presentes manifestaron su incomodidad (diría más, su indignación) porque, a su juicio, yo estaba “dañando la imagen de la ciudad”. Según esta lógica, los habitantes de la otrora Bella Villa, que hemos sido atracados de todas las formas posibles por los corruptos que aterrizaron en La Alpujarra hace cuatro años, no podemos denunciar estos delitos porque “dañamos la imagen de la metrópoli más innovadora del mundo”.
La obsesión por la imagen que proyectamos al exterior es un signo distintivo de la personalidad nacional. Parece que aquí se aguanta y se resiste cualquier cosa con tal de que afuera no sepan que somos centro de múltiples conductas y realidades que avergonzarían a cualquier sociedad civilizada. Preocupémonos por construir un país decente, primer paso para que los del exterior nos miren bonito.