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Post festum, pestum

En el fondo el escéptico es un amante reposado. Y desde ese amor sin estridencias uno entiende que es capaz de comprender las libidos que hacen arder al ser humano.

04 de noviembre de 2023
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  • Post festum, pestum

Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com

Ningún día mejor que el que sigue a las elecciones para saborear el viejo dicho de los romanos: Post festum, pestum: después de la fiesta, la peste. En realidad el adagio latino es un poquito más largo: post festum, pestum; post coitum, tedium, que en romance suena: después de la fiesta, la peste, la pestilencia; después del coito, el aburrimiento, el desencanto.

Me paro, pues, en la esquina del escepticismo, este breve premio de sindéresis que dan los años, para esta reflexión postelectoral. Desde aquí es posible mirar las cosas y las gentes, sus andares y sus prisas, con un dejo de bondadosa comprensión. Después de todo, el escepticismo, como alguien dijo, es la castidad del pensamiento. Y en política, si se me permite, ese escepticismo es el tedium post coitum que deja el orgasmo democrático de una jornada electoral.

Me imagino, desde esta confesa castidad en materia de apetencias políticas en la que he caído con los años, que un día de elecciones debe ser un verdadero orgasmo para un candidato. No solo la vanidad, nunca descartable, de estar en el centro de la atención pública, del fervor del pueblo, sino sobre todo el compulsivo placer que, supongo, origina el conteo de votos que alimenta esa especie de libido electoral que se apodera de los candidatos y de sus corifeos y aduladores.

Un escrutinio electoral, para los candidatos y sus seguidores, debe ser una experiencia parecida a la de los apostadores en el hipódromo y otros escenarios, o la de los adictos a los juegos de azar y ludópatas en casinos y garitos. Por eso se crea un clima de expectación, de emociones contenidas, de explosiones de júbilo o de maldiciones reprimidas, de apasionamientos, con el riesgo de que si no se conserva la calma todo acabe en virulencia y fanatismo. En violencia y confrontación.

Una cosa es, pues, la democracia como concepto denso y profundo del quehacer político y otra la vivencia de un aspecto fundamental mas no único de ella, que es una elección. Y dentro de esta, el ejercicio de auscultar las repercusiones sicológicas y biográficas, no precisamente sublimes, de los candidatos. Descubrir esta dimensión puede ayudar a despojar a la democracia del carácter casi taumatúrgico con que se la suele presentar. Dicho de otro modo, la democracia no hace milagros y la política es un quehacer humano, débil y frágil, como todo lo que tiene que ver con la condición humana.

No me muevo de la esquina del escepticismo. En el fondo el escéptico es un amante reposado. Y desde ese amor sin estridencias uno entiende que es capaz de comprender las libidos que hacen arder al ser humano. Se me ocurre pensar que así como tal vez los castos son los únicos capaces de entender el erotismo, quienes no sienten, no sentimos, pasión por la política, y mucho menos por la politiquería partidista, podemos mirar con desapasionada ternura la libido electoral que en estas semanas, después de una votación, desvela a los colombianos. Y los emociona, los enardece y, si se descuidan, puede llevarlos a perder el juicio. Que es peor que perder las elecciones. Lo dicho: post festum, pestum; post coitum, tedium.

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