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La verdad, no comprendía lo que estaba pasando: que una editorial del Reino Unido había decidido revisar las obras infantiles del escritor Roald Dahl y modificar las palabras relacionadas con el peso, la salud mental, la violencia, el género y la raza. Me parecía absurdo, intelectualmente tan anodino y estúpido que busqué más para comprender si era mentira o una interpretación errada, o si era algún ejercicio de profes de colegio o padres de familia que temían por sus hijos cuando, la verdad, es que la vida real nos embiste, así no queramos; pero no, la cosa era cierta, ¡ridículamente cierta!
Fue así como empecé a leer pequeños párrafos de la edición 2001, versus la nueva versión donde, según parece, los niños no se traumatizarían, respetarían al otro, serían, desde chiquitos, ciudadanos ejemplares. Miren este fragmento de Las brujas (Edición 2001): “No seas tonto —dijo mi abuela—. No puedes ir por ahí tirándole del pelo a cada señora que encuentres, ni siquiera si lleva guantes. Tú inténtalo y ya verás lo que te sucede”. Prepárense para la censura en la edición de 2022, para el index librorum prohibitorum moderno: “No seas tonto — dijo mi abuela—. Además, hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden llevar peluca y no hay nada malo en ello”.
Miremos una más en Matilda (Edición 2001), que es quizás una de las obras más reconocidas de este escritor que se apartó siempre en cada cosa que escribió de las consideraciones morales: “Había oído que había en el pueblo padres como aquellos y que sus hijos acababan siendo delincuentes y marginados”. Y aquí viene la propuesta de los libros que circulan en el Reino Unido en la edición 2022: “Había oído que había en el pueblo padres como aquellos”. ¿AHHH? Yo quedé completamente perdido, pero otros, seguramente, quedarán tranquilos porque no hay nada que temer, a los niños no les pasan cosas malas, ¡somos impolutamente ridículos!
Miremos esta última variación en Agu Trot (Edición 2001): “—¡Se lo ruego, señor Hoppy! Seré siempre su esclava”. Y aquí va la versión 2022: “—¡Se lo ruego, señor Hoppy! Será mi héroe de por vida”. Y hay más ejemplos, más eufemismos, más versiones descaradas, pero no hay más espacio, ni tampoco necesidad ante esta necedad. Ni Manuel Carreño se atrevió a tanto.
Lo bueno de esto es que volvimos a hablar de Roald Dahl, un buen momento para que quienes no han leído nada de él lo lean, los niños pueden estar presentes, todo es bueno. Es un autor necesario en estos tiempos hipócritas, políticamente correctos, donde la estupidez nos respira en el oído, porque nadie como él, como dice Elvira Lindo en la introducción a los cuentos completos, provoca inquietud en el lector, “enfrenta a los personajes a situaciones macabras o morbosas”. ¡Padres, profesores, censores del mundo entero!, dejen de temer por los pobres niños, preocúpense más por ustedes y todos, absolutamente todos, leamos sin prejuicios