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Columnistas | PUBLICADO EL 04 marzo 2022

Pesimista por un día

Agostinho J. Almeida

El optimismo se puede definir como la esperanza y la confianza sobre el futuro. Pero también significa ser capaz de no pensar en absolutos, es decir, tener la capacidad de visualizar diferentes alternativas y resultados, incluso ante condiciones inciertas y desfavorables. Han sugerido que soy de naturaleza optimista, por mi comportamiento personal, profesional o hasta la forma en que escribo estas columnas. Y sí, siento que es cierto; puede deberse a la forma en que me criaron mis padres o a la vida fácil que he tenido: suelo centrarme en lo que puede ser y en el arte de las posibilidades. Sin embargo, no soy ajeno a los hechos y datos, debido a mi formación como científico: aunque me considero optimista y constructivo, lo hago tratando de analizar y comprender la información disponible.

Sin embargo, la reciente invasión de Rusia a suelo ucraniano me ha puesto a prueba... estaba hablando con mi hija de trece años y me preguntó qué significaba, por qué pasaba y si ya me había tocado antes algo así. Le expliqué que sí, claro, que la guerra ha sido parte de la historia y el presente de la humanidad y que hoy, con el alcance de los medios digitales y la información casi en tiempo real, nuestra percepción de esos escenarios es diferente.

Tenía once años cuando cayó el Muro de Berlín en 1989 (irónicamente, estaba en una clase de alemán). Obviamente, no entendía por qué mi profesora alemana lloraba mientras mencionaba los últimos cuarenta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La guerra impacta siempre a todos los intervinientes. En 1990, Irak invadió Kuwait. Un año después, Gorbachov renunció y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se disolvió. En ese mismo año, empezaron los conflictos armados que durante diez años fustigaron a la antigua Yugoslavia y a su gente. En los noventas, Medellín era considerada la ciudad más valiente del mundo y Colombia vivía un conflicto armado desde los años sesenta. En esa época, mi padre intentaba explicarme emocionado lo que eso significaba para el mundo y la especie humana, ante mi mirada perpleja.

En solo una semana de conflicto, Ucrania ha sido devastada y sus gentes viven un infierno, mientras luchan por sus vidas y hogares. Pero no es el único país o región en que se viven escenarios de guerra o terrorismo: Colombia, Etiopía, Afganistán, Yemen, México... la lista es, tristemente, larga. A esto hay que sumarle el cambio climático, el impacto ambiental, la pobreza, etc. Es innegable: el mundo nos está demostrando que no lo merecemos, la naturaleza está contraatacando y, como especie, tenemos una apetencia tan especial por destruir como por crear.

Así que no, hoy no soy optimista. Hoy el futuro no sonríe, las posibilidades no son infinitas y el cielo sí es el límite. Como diría Alfonsina Storni, hoy “soy un alma desnuda en estos versos, alma desnuda que, angustiada y sola, va dejando sus pétalos dispersos”. Hoy me da vergüenza ser humano.

Agostinho J. Almeida

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