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Todavía no se resuelve la elección para presidente del Perú. Lo estrecho del resultado entre Pedro Castillo (Perú Libre) y Keyko Fujimori (Fuerza Popular) ha llevado a toda suerte de especulaciones acerca de la votación. Se tomará un tiempo hacer el reconteo para definir el ganador o la ganadora de las elecciones, en un ambiente de crispación e incertidumbre que puede llegar a incendiar el país, si los involucrados no llaman a la calma a sus seguidores.
Pero ese es solo uno de los peligros que se ciernen sobre el Perú. Si la victoria de Castillo finalmente se confirma, el riesgo es que cumpla con sus promesas de campaña de nacionalizar las minas y de convocar a una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución, que podría llevar a que el flamante presidente tenga un poder absoluto. No sería fácil por lo precario del triunfo y el balance en el nuevo Congreso, pero es posible si Castillo amplia el apoyo popular.
La ineptitud que se prevé en un eventual gobierno de Castillo puede empeorar las cosas, en un momento tan difícil para nuestros vecinos, golpeados por la recesión, una de las más profundas en las economías de mercado, y por la pandemia, con la peor cifra per cápita de fallecidos por el Covid-19.
En Perú está pasando algo que debe ser un motivo de reflexión para los colombianos. La economía peruana era una de las estrellas de Latinoamérica con una expansión robusta desde el comienzo del nuevo siglo (una tasa promedio de crecimiento del 5,5 %), que entró a una fase de mayor lentitud entre 2014 y 2019, en un contexto externo menos favorable y colapsó con la pandemia.
El éxito económico se dio a pesar de la inestabilidad política. Aunque esa circunstancia afectó el dinamismo de la economía, no se tocaron sus fundamentales y esta pudo superar el obstáculo. Ahora, las cosas serán a otro precio con las propuestas de Castillo de meterse con el Banco Central y la propiedad privada.
El problema de fondo fue que no se hicieron las reformas que se necesitaban para un combate frontal contra la desigualdad. Si bien el crecimiento permitió reducir la pobreza, esto no fue sostenible como se mostró en la crisis que provocó la pandemia, que llevó a 3 millones de peruanos a volver a la pobreza. La economía de mercado debió acompañarse con un mejor Estado que ofreciera buenos servicios públicos y de salud, y con una política económica que diversificara la economía dependiente de la minería.
Así, la gran enseñanza, como plantea el Financial Times, es que más allá de los indicadores económicos usuales, hay que mirar también el desempeño en salud, educación e infraestructura del país. Para diversificar la economía hay que invertir más en la gente, en la innovación y la infraestructura. No es suficiente con un banco central independiente y ministros de hacienda tecnócratas si el resto del Estado es deficiente.
La polarización, el fraccionamiento y el populismo en Perú nacieron de esas falencias. El país terminó prisionero de la falta de inclusión y escogiendo entre dos extremos en la segunda vuelta, sin posibilidad de que la amplia mayoría que no comparte esas visiones fuera oída. Una situación que se observa en otros países de la región (Brasil, México), y miramos con inquietud