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Perseverar, esa pasión
por dentro
La felicidad tal vez no sea sino mirar hacia adelante. Y esa debe ser la consigna. Volver la cara hacia atrás lo convierte a uno en una estatua de sal.
Por Ernesto Ochoa Moreno - ochoaernesto18@gmail.com
Es conocido el soneto de Lope de Vega que dice “tanto mañana y nunca ser mañana”, en el que también inventa un verbo para redondear otro verso de su poema: “Tanto mañanar y nunca mañanamos”. Y ya que se menciona el mañana, resulta obligado, me parece, en una de las primeras columnas del año, hablar precisamente del mañana. Que es lo único que nos queda. Eso somos: seres tensos entre el ayer, que ya no es, y el mañana, que esperamos que sea. La anterior reflexión me trae a la memoria a otro poeta español, de la generación del 27, José Bergamín (1895-1982, quien decía: “Mañana está enmañanado/ ayer está ayerecido,/ y hoy, por no decir que hoyido,/ diré que huido y hoyado”.
Todo lo anterior, valga el recoveco, para justificar el convencimiento de que la felicidad tal vez no sea sino mirar hacia adelante. Y esa debe ser la consigna. Volver la cara hacia atrás lo convierte a uno en una estatua de sal. Y ser estatua de sal es detenerse, anquilosarse, perder alientos para seguir adelante por el camino de la vida.
Que eso somos: caminantes. Ninguna época mejor que el comienzo de un año para saborear a fondo este estar siempre de camino. El tiempo es un sendero y cada minuto es pisada y es huella. No es posible detenerse ni retroceder. Somos empujados hacia delante y no queda otra opción que mirar el horizonte, recibir en el rostro las ráfagas de nuevos vientos y olfatear los aromas de lo desconocido, de lo inesperado.
Caminar en el tiempo, al ritmo de las horas y los días, es una aventura que no requiere más equipaje que la capacidad de asombro ante lo nuevo y el saber perseverar por encima de las dificultades y los tropiezos, más allá de los sinsabores y las alegrías del viaje.
Pero perseverar, que etimológicamente se relaciona con la palabra severidad y, por lo tanto, implica rigor, tenacidad, no debe reducirse a la simple disciplina. Esta se requiere sí, pero no debe quedar la sensación de que perseverar es estar sometido a un sacrificio insoportable.
El secreto de la perseverancia es el entusiasmo. Si no sentimos arder por dentro la pasión que nos impulsa a alcanzar una meta, acabamos doblegados por el peso de exigencias impuestas a regañadientes. Entonces viene la frustración, el desaliento, el sentarnos al borde del camino a llorar nuestra mediocridad, nuestra impotencia, nuestro fracaso.
La perseverancia no es una carga pesada que el caminante lleva sobre sus hombros y que le impide avanzar. Por el contrario, es la pasión que late en el corazón y que de tal manera agiliza los pasos que al final uno siente que corre desbocado como un caballo con las crines al viento.