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Para el análisis del tema, es menester iniciar con una comparación traída del mundo deportivo, pero que puede aplicarse, guardando sus proporciones, a otras actividades cotidianas, especialmente aquellas relacionadas con el quehacer político. La diferencia entre el fanático y el partidario se manifestó con toda claridad en los aficionados y en las transmisiones y análisis periodísticos del partido final de la Copa Mundo Qatar de 2022 entre Argentina y Francia. Al comparar las manifestaciones de argentinos y franceses, se pudo observar lo siguiente: para los cronistas y comentaristas franceses se trataba de un partido importantísimo, especialmente para medir el estado en que realmente se encontraba el fútbol francés. El tema, antes del encuentro, siempre se analizó bajo la óptica de querer apoyar la selección francesa, de manera mesurada, con análisis de aquellos elementos que favorecían o desfavorecían un posible triunfo galo.
Lo expuesto contrasta con la posición asumida por los periodistas argentinos. Para éstos, literalmente no se trataba de un partido final de la Copa Mundo, sino, como muchas veces lo repitieron, “estábamos ante el fin del mundo”; la vida y honor de los argentinos dependían de aquel equipo ensalzado como una especie de laurel en el olimpo del fútbol.
En este caso se diferencia la aptitud mesurada y reflexiva del partidario, con la postura irracional del fanático. Situación que se notó con más veras, una vez terminado el partido, pues mientras los cronistas franceses admitían que había sido un gran partido, excelentemente jugado por los argentinos, éstos, calificaban a su equipo como una especie de enviado sobrenatural y describían el partido como el absolutamente mejor jugado en la historia de todos los mundiales. Esta es la reflexión del fanático, quien se cree poseedor de una verdad única e incontrovertible y considera que la historia se recoge en un solo instante. Al fin y al cabo, para el fanático, no se trataba del partido final del mundial, sino del fin del mundo. Valdría la pena preguntar a ese fanático, por ejemplo, acerca de otros partidos, como la final de 1970 entre Brasil e Italia.
El caso comentado, sirve de apoyo para analizar la diferencia entre el partidario y el fanático, en otros campos de la actividad humana, por ejemplo, en la política. La ideología partidista muchas veces encarnada en una especie de dictador mesiánico, origina un fanatismo ciego, que niega todo debate o discusión sobre las ideas del partido o del caudillo. Es la irracionalidad llevada al quehacer político.
Cosa diferente sucede con aquellos movimientos ideológicos, que, dentro del pluralismo constitucional, se apoyan en unas ideas o una doctrina, pero permiten que sus partidarios, además de la lógica lealtad hacia el líder, conserven la posibilidad de cuestionar y proponer en el seno de la organización, enfoques diferentes a los concebidos por quien o quienes lideren el respectivo movimiento. No se trata de seguir ciegamente a un caudillo o líder, sino de debatir sobre un patrón de conducta que concuerde con un ideario previamente establecido.