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El sombrero debe de ir acompañado de bastón, no para apoyarse, sino como arma defensiva. ¿A quién asalta primero un ladrón: a un viejito con bastón o a uno sin él?
Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com
Cuando los vecinos me ven sin mi perro, no me saludan. No me reconocen. Menos si es una vecina de perturbadoras curvas. La historia se repite con los que viven debajo de un sombrero: los vemos sin ese apéndice y los ignoramos.
El fallecido poeta Eduardo Escobar pertenecía a la secta de los “sombrerohabientes”. “Ni la consulta con la almohada me sirvió para saber por qué uso sombrero. Supongo que lo uso porque tengo cabeza. Mi primer sombrero me lo regaló una novia porque tal vez le pareció que me faltaba para ser perfecto. En tiempos del jipismo, estando en el Vaupés, Angelita, la mujer de Gonzaloarango, me trenzó un sombrero de palma que usé hasta que se deshizo, y que me daba el aspecto incierto de un pastor de pesebre. Entonces, como vos sabés, nos creíamos santos. Creo que uso sombrero para no usar cachucha como los nefastos intelectuales de la izquierda exquisita que todavía abundan por desgracia”.
Extendí la consulta al maestro Guillermo Angulo, quien se inspiró en el cine para definir el tipo de sombrero que lo acompañaría. “Primero pensé en usar sombreros de vaquero, pero la antipatía que siempre me ha producido John Wayne me lo impidió. Entonces mi inspiración se dirigió hacia Humphrey Bogart y me especialicé en fedoras, porfueriando con cachuchas tipo pescador griego y evitando las cachuchas de beisbolista que desacreditó Trump. El sombrero debe de ir acompañado de bastón, no para apoyarse, sino como arma defensiva. ¿A quién asalta primero un ladrón: a un viejito con bastón o a uno sin él? Primero hay que empezar con los que no usan bastón; los otros pueden esperar”.
El poeta Juan Manuel Roca no tiene claro si él adoptó el sombrero, o si fue al revés. Tuvo uno a lo Rembrandt “con la diferencia de que el suyo tenía una mejor cabeza... Yo imagino que cuando Gardel cantaba sin él desafinaba. Y que un gánster como Capone erraba el tiro de gracia. Hay quienes respetan o irrespetan al mismo hombre si tiene o no puesto su sombrero. Me lo quito ante un escritor bien habitado y me lo pongo ante el farsante”.
Por un sombrero casi me gano un botellazo en el Guayaquil de mis años mozos. Deambulaba una noche por allí buscando, supongo, la virginidad perdida. De pronto se me vino encima una mujer, “flaca, fané, desgangallada”, como salida del tango de Gardel. “¿Vos, flaco %$#&/’, creés que porque llevás ese sombrerito de gil, no iba a reconocer al cliente que me puso conejo?”. No me dio tiempo de rectificarla porque, diciendo y haciendo, se metió a una cantina, agarró una botella, la quebró y salió detrás de mí. Encontró el rastro frío porque yo corría cien metros planos por debajo de los 20 segundos... En el carrerón perdí el sombrero de gil de mi padre...