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Este “pájaro libre” nos puso una talla muy alta. La veré en cada coma o tilde que ponga en mis escritos. Será mi manera de rendirle tributo permanente.
Por Óscar Domínguez Giraldo - oscardominguezg@outlook.com
Cuando la vi por vez primera “supe que me estaba destinada mejor dicho que yo era el destinado”, como en el verso de Benedetti. El encuentro fugaz terminó en matrimonio, dos hijos, cuatro nietos y una vida que convirtió en obra de arte, siguiendo a los estoicos. A sus 74 años y monedas, esta sagitariana se volvió eternidad. “Estando los dos estábamos todos”, nos currucuteábamos al oído.
Pensé que a esta mujer excepcional, imprescindible, “le estaba prohibida la muerte”. Cuando la despedimos en la Iglesia de la Niña María, de Envigado, le dijimos en coro que la queremos, extrañamos, necesitamos y agradecemos. No lloramos ni lamentamos su muerte porque dejó el mundo mejor de lo que lo encontró, resumió el párroco Bernardo Restrepo.
Nos sentimos muy acompañados de familiares y amigos durante sus días difíciles. Estrepitosos agradecimientos al personal de la salud de las clínicas Pablo Tobón Uribe y Las Américas. Y a los integrantes del programa “Unidad de cuidados paliativos Presentes” que la mimaron en su ocaso.
Cuando tropecé con ella tenía 16 años, superávit de sueños, déficit de kilos y una falda corta que alborotaba la libido del macho alfa. Desempeñó su oficio de mujer las 25 horas del día. Coquetería, feminidad, fragilidad, Gloria Luz Duque Ochoa te llamaría.
Andrea y Juan, y por orden de aparición los nietos Mateo y Patrick George, Sofía Mo e Ilona Lu, son la prolongación de las juniniadas y septimazos bogotanos de sus taitas. Los yernos Josephine y Joshua forman parte de nuestra piel.
Se excedió en lealtad, fidelidad, solidaridad. También se lució en su intensa vida laboral. Solía acompañar a sus familiares y amigos hasta el cadalso. Se ahorcaba con ellos si era necesario. Vivió éticamente, sin estridencias moralistas. Estuvo tan ocupada dándose al prójimo, que no tuvo tiempo de pensar en ella.
Este “pájaro libre” nos puso una talla muy alta. La veré en cada coma o tilde que ponga en mis escritos. Será mi manera de rendirle tributo permanente.
Nuestro hijo Juan, el Samurái, dijo en su obituario: “Fue en parte a través de sus enseñanzas y amor, en su cruzada de toda la vida por ayudar sin mirar a quién, que aprendí que el sentido, el significado de la vida son los demás, particularmente aquellos que amamos y que nos aman, y aquellos que nos necesitan y a quienes necesitamos. De sus enseñanzas y de su ejemplo inferí el siguiente credo: que no soló debemos tratar a los demás como queremos que nos traten, sino que hay que tratarlos como ellos quieren que los tratemos”.
La hija, Andrea Cotela, leyó un bello poema cerca de sus cenizas y del último óleo que pintó: Mi río/Mi mar/ Mi lago de líquido amniótico /Mis raíces /Mi árbol/ Mis hojas al viento /Mis alas de mariposa/ Mis rayos de Luz...