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Columnistas | PUBLICADO EL 11 julio 2020

Oliendo a soledad

Por Ernesto Ochoa Morenoochoaernesto18@gmail.com

No me respondió el saludo sino que se me quedó mirando y advertí que, casi físicamente, husmeaba como buscando un olor que hubiera llegado prendido a mi piel. No me gustó.

-¿Qué huele, padre Nicanor? O mejor, ¿a qué huelo, tío? Le confieso que no me gusta que usted me reciba olisqueando como un perro.

-No te incomodes, muchacho. Olfateo tu alma.

-¿Y a qué estoy oliendo, entonces?

-Hueles a soledad, hijo. No sé si has notado que a veces va uno por la calle y siente, al pasar una persona, que arrastra un halo de soledad. Y se percibe la fragancia, el perfume de una sana y alegre soledad, o el tufillo de una soledad dañina.

-A ver, tío. Luego hay una soledad buena y una soledad mala.

-Tú conoces mi teoría de que así como en la salud del cuerpo se habla de triglicéridos buenos y triglicéridos malos, en la salud del alma también hay que analizar, y tratar, una soledad que es dañina y termina desatando conflictos interiores graves, y otra soledad, saludable siempre, que mantiene la armonía del espíritu y enriquece y madura la persona.

-Lo difícil, padre, es diagnosticar la soledad.

-Hay que ir a las causas y a los síntomas, como en la medicina. Es mala la soledad que nace del desencanto, de la frustración, de la depresión y que lleva al mal genio, a refunfuñar de todo y de todos. Uno se vuelve inaguantable y acaba siendo aislado por los demás. La peor soledad es la de la incomprensión: no comprenderse ni aceptarse uno mismo; no comprender ni aceptar a los demás; no sentirse comprendido; no comprender ni aceptar la vida, el mundo, la realidad. Como tú, ahora.

-Vea, pues, ya me gané mi regaño. Entonces hábleme de la otra soledad.

-Es, hijo, una soledad que brota de la serenidad interior, como una “fonte”, que diría san Juan de la Cruz, el poeta de la “soledad sonora”. Una soledad sonreída, que no te crispa ni ofende a los demás. Es simplemente la aceptación de la condición humana. De tu condición humana y de la de los otros. No es aislamiento, aunque a menudo se vive en solitario. No es precisamente una actitud religiosa, aunque suele estar iluminada por una fe y tarde o temprano se abre a un ser trascendente, a un Dios.

-Utopía, pura utopía, tío.

-Seguramente, muchacho. Y eso qué tiene de malo. La utopía es lo único y lo último que nos queda después de todos los finales. Una utopía para apaciguar la soledad del aislamiento en casa

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