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Columnistas | PUBLICADO EL 14 diciembre 2022

¡Oh confusión, oh caos!

El proyecto de paz es incompleto. Guarda silencio sobre la reparación a las víctimas, que en esos procesos de paz han sido las grandes sacrificadas y las más burladas.

Por Alberto Velásquez Martínez - redacción@elcolombiano.com.co

A pocos días de finalizar este 2022, el país continúa metido en una crisis de confianza. Los agentes económicos internos y externos ven, con inocultable preocupación, comprometida la seguridad jurídica del país, dadas las contradicciones verbales y conceptuales del gobierno actual. Presidente y su séquito siguen creyendo que aún están en activismo proselitista de campaña electoral. Mientras más salen a escena para aclarar lo que dijeron, más se hunden en sus paradojas. Con sus trinos tremendistas y desbordados juegan con la estabilidad de la economía colombiana. El director de orquesta sigue empeñado, con su desafinada sinfonía, en quebrar el modelo de economía de mercado regresando a un Estado intervencionista y macrocefálico que sea guardería en donde se refugien burocráticamente los que sienten repugnancia por la libre empresa. Podríamos decir que las paradojas siguen siendo el signo del actual gobierno.

El proyecto de paz es incompleto. Guarda silencio sobre la reparación a las víctimas, que en esos procesos de paz han sido las grandes sacrificadas y las más burladas. En la propuesta de Petro se sacrifica la aplicación rigurosa de la justicia sin garantizar la paz total entre todos los desmovilizados como ocurrió con las Farc, cuyas disidencias siguen sembrando zozobra y miedo en aquellos municipios en donde la presencia del Estado es una ficción. No se ha precisado la responsabilidad penal que adquirirían quienes delincan, ya como insurgencias movidas por razones políticas, ya por actos criminales después de la entrada en vigor de la norma. ¿Serían sometidos a la justicia ordinaria, perdiendo todos los beneficios y gabelas de la negociación?

Siguen las deliberaciones del Gobierno con el ELN. Los avances han sido pocos. De lograrse la paz sin determinar con precisión puntos que tengan que ver con la justicia y con las víctimas de todos esos conflictos causados por los diversos actores de la violencia, no entendería la opinión pública que quienes como reincidentes delincuenciales violen las condiciones de ese proceso de paz, puedan seguir aspirando –caso de las disidencias farianas– a una segunda oportunidad para continuar burlándose y jugando con la justicia, tan maltrecha y deshonrada en Colombia. Además minaría la credibilidad en un gobierno que cada día la juega como en un casino. Sería, como lo decía un editorial de El Tiempo, “una señal desalentadora y sentaría un peligroso precedente en la negociación con el ELN respecto a que nada ocurre si se incumple lo pactado” y con quienes se acogieron a ella y luchan en los campos para sobrevivir, mientras los mayores usufructuarios de las gabelas se soban la panza ganando millonarias dietas parlamentarias. El Estado quedaría nuevamente cubierto bajo el paraguas de la indignidad.

En medio de tanta incertidumbre –y ¡Oh confusión, Oh caos!-, como expresaba Rafael Núñez en tiempos de la Regeneración del decimonónico– va corriendo el tiempo. Agoniza el 2022 sin poder ver la paz, alterada por toda clase de delincuencias y criminales

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