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Mi ciudad se quebró, pero mi gente no.
Regreso a algunas de las calles donde crecí y no las reconozco. Hay decenas de edificios caídos por el terremoto de 7,1 grados, pero los pedazos de cemento están cubiertos por una manta de cascos azules, rojos y blancos. Los trabajadores paran, levantan el puño y piden silencio. Es la señal de que, quizás, han encontrado a alguien con vida entre los escombros. Luego, bajan los brazos y esa manta multicolor se vuelve a mover buscando otra oportunidad.
No muy lejos,...
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