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Columnistas | PUBLICADO EL 19 mayo 2015

Negros contra blancos

Porhumberto monterohmontero@larazon.es

El odio racial ha sido el origen de casi todos los disturbios que ha vivido Estados Unidos. En 1919, todo el país sufrió una oleada. La peor revuelta se vivió en Chicago ese verano. Con las calles ardiendo de calor, Eugene Williams, un joven afroamericano murió ahogado tras caer a las aguas del lago Michigan alcanzado por una piedra lanzada por un grupo de blancos. La Policía, copada por descendientes de irlandeses, se negó a detener al asesino y en su lugar arrestó a un hombre negro. Durante cinco días la ciudad vivió sumida en el caos, con 38 muertes. Los irlandeses fueron los responsables de gran parte de la violencia. En la primavera de 1921, el distrito de Greenwood, en Tulsa (Oklahoma), considerado el Wall Street negro por su gran prosperidad, fue arrasado por hordas de blancos. La cifra de víctimas mortales osciló entre las 36 oficiales y las 300. Entre 1965 y 1968, similares incidentes entre policías blancos y grupos de negros dieron origen a decenas de tumultos en Los Ángeles, en Newark (Nueva Jersey), Detroit, Chicago y otras 125 ciudades, dejando más de 150 muertos. En 1980, la absolución de cuatro policías blancos por el atropello de un afroamericano causó una veintena de muertos en un suburbio de Miami. En 1992, se registraron otros 59 muertos en Los Ángeles tras los disturbios por la absolución de cuatro policías blancos que apalearon a Rodney King. Luego llegaron Cincinnati, Oakland, Sanford, Misuri...

Sin embargo, hace tiempo que las tensiones raciales, particularmente con la policía, dejaron de ser el foco principal de la violencia. Son el detonante y acelerante. La ola de violencia en Baltimore lo demuestra. Baltimore tiene un alcalde negro, un jefe de policía negro y la mayoría de los agentes son de color. De los seis policías encausados por la agresión y muerte del afroamericano Freddy Gray, tres son negros.

Hay otra explicación tras la constante violencia que viven los guetos negros. Y esta se encuentra documentada desde hace 50 años en el «informe Moynihan». En 1965, Patrick Moynihan, un funcionario irlandés, registró estadísticamente la desintegración de la familia negra como consecuencia de los efectos provocados tras dos siglos de esclavitud. En su estudio «The Negro Family», Moynihan recogió que en aquellas fechas el 25 % de los niños negros crecían con madres solteras, lo que generaba pobreza y criminalidad. Hoy, el 71 % de los niños afroamericanos ha nacido fuera de un matrimonio, casi el triple que en 1965. Por contra, y aunque la tasa de criminalidad ha caído en todo el país en los últimos 20 años, los negros todavía tienen ocho veces más opciones que los blancos de ser asesinados y siete veces más de cometer un crimen. De hecho, un tercio de los negros menores de 30 años están en la cárcel. Entre los negros muertos y los que están en las cárceles, hay 83 varones negros por cada 100 mujeres afroamericanas (la ratio entre blancos es de 99 a 100, según «The New York Times»). A esto hay que sumar que muchos varones negros no se hacen responsables de sus hijos tras décadas de esclavitud en las que no se les permitía el matrimonio.

La vida en una familia monoparental es casi siempre más dura. El 40 % de los niños que viven en estos hogares son pobres (el 9 % en los hogares con dos padres). El 30 % de estos niños han tenido dos figuras paternas al cumplir los cinco años. La vida en una familia desestructurada obliga a las madres a acumular trabajos para sacar a sus hijos adelante y complica la tutela de estos. Sin padre, tampoco hay ingresos adicionales y los niños acaban viviendo en barrios marginales, sin control alguno y sin escolarizar. Las posibilidades de que acaben convertidos en criminales o asesinados se dispara. Normal que, como recoge «The Economist», la nación negra en EE. UU. tenga peor tasa de homicidios que Costa de Marfil. Una vez más, la clave es la familia. Como siempre.

Humberto Montero

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