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Votar o defender a quienes incurren en alguna de estas formas de corrupción es el aporte seguro a la destrucción del bien común.
Por Luis Bernardo Vélez - redaccion@elcolombiano.com.co
En un país como el nuestro, con una larga y variada historia de corrupción, podemos correr el riesgo gigante de pensar que existe una corrupción buena y una mala, es decir, que hay motivos que justifican ciertos actos corruptos y que merecen ser tolerados. Nada más lejano de la realidad que esta nefasta idea y nada más perjudicial para la sociedad que esto haga carrera. Expresiones tales como “todos roban”, “él roba para ayudar a los pobres”, “que robe pero que haga”, “reduzcamos la corrupción a sus justas proporciones” y otras más que circulan en conversaciones, con cierta resignación, son el síntoma de un problema sobre el que debemos tomar medidas urgentemente y de modo decidido.
Lo primero es identificar cierto itinerario que recorre el político corrupto y que no siempre tiene qué ver solo con dineros, sino también con mentiras o simulaciones y alianzas para llegar al poder o mantenerse en él. Sobre esto no debemos tener ninguna concesión ni tolerancia y, por el contrario, sí se deben encender las alarmas y el control cuando aparezcan algunas de las siguientes prácticas: promesas de campaña que son imposibles de cumplir por falta de recursos o competencias administrativas, financiación de campañas con dineros ilícitos o blanqueados, hacer alianzas o recibir apoyos de otros políticos investigados o cuestionados públicamente, diseñar campañas de desprestigio de los contrincantes por medio de montajes y calumnias, perseguir e infiltrar a los contradictores y opositores políticos, utilizar los recursos públicos para financiar campañas directa o indirectamente, cooptar los organismos electorales y de control para manipular resultados, criminalizar con el discurso a la oposición o a las otras ramas del poder, contratar a dedo a familiares y amigos, crear empresas ficticias para cederles contratos, decir repetidamente que los corruptos son los otros a quienes les están quitando el control (discurso de redentor), nombrar personal no idóneo profesionalmente o visiblemente incompetente y sin experiencia, pero fieles y obedientes, entre otras muchas más que no nombro por cuestión de espacio.
Acá he mencionado parte de ese itinerario, pero la lista es mucho más larga. Llamo la atención principalmente sobre el hecho de tender a pasar por alto algunas de estas conductas y sobre todo por creer que hacen parte de lo que es normal en la política. Esta tolerancia nos hace de alguna manera cómplices. Votar o defender a quienes incurren en alguna de estas formas de corrupción es el aporte seguro a la destrucción del bien común. Justificar la corrupción en cualquiera de sus formas o tamaños es sepultar de una vez por todas nuestro presente y el futuro de las nuevas generaciones. Sobre esto no hay dudas y, por el contrario, la tentación de justificar o de ser indiferentes es muy alta. Si permitimos que los corruptos se vistan de redentores y nos hablen dulcemente prometiendo falsa justicia social, ahí sí que nos aseguraremos cien años más de soledad.