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Si queremos recuperar a Colombia en 2026 tenemos que aprender a exigir y hacerlo con principios y claridad. Despojados del culto al Estado.
Por María José Bernal Gaviria - opinion@elcolombiano.com.co
Mucho tendemos a responsabilizar a los políticos de lo que nos pasa, cada vez el consumidor tiene más y más restricciones, las empresas más regulaciones y nuestra vida privada más condiciones. Esto no es ni aislado, ni fortuito, ni aleatorio. Es un efecto buscado y el gran problema no son los políticos, somos nosotros.
Todos estamos en el mercado, como demandantes y como oferentes. La carrera de las empresas es por conquistar a sus consumidores, diferenciarse, ser más productivas para, así, hacer más felices a sus clientes, mejorar su calidad de vida y seguir siendo elegidas por ellos. El que tiene la voz y el voto en el mercado es el consumidor. Este busca mejor calidad y mejor precio según sus preferencias que son cambiantes en el tiempo, que son dinámicas.
Por su parte, los políticos no son ajenos al mercado. Ellos están en el mercado de los votos: son los oferentes y nosotros los demandantes de representación. La orientación del debate la ponemos nosotros, la moldeamos de acuerdo a nuestros intereses, necesidades, principios, perspectivas, opiniones, concepciones de la vida, del territorio, de la nación y por supuesto, de la libertad. En ese sentido somos nosotros los consumidores, los que premiamos o castigamos en las urnas su desempeño, políticas o propuestas.
Ahora bien, entendiendo un poco el mercado y esto aplicado a los votos, cabe aclarar que el problema no son los políticos, somos nosotros. Y esto es porque, a la hora de buscar soluciones a los retos del día a día, nos fascina pedir más y más Estado, lastimosamente muchas veces sin siquiera ser conscientes de ello.
No hay claridad de principios ni discernimiento a la hora de pedir más burocracia para atender temas específicos, más regulaciones especiales, aranceles diferenciales para proteger la propia industria (sin darnos cuenta de que, a la larga es a costa de su propia competitividad), impuestos a determinado sector económico, intromisión en la educación, en las formas de movilizarnos, en el origen de las prendas que vestimos, en los precios regulados, entre otros. Queremos un Estado papá, que resuelva todo, que se entrometa en todo, que responda a todo, que elija ganadores y perdedores en el mercado. Es el verdadero, lamentable y peligroso culto al Estado.
Lo que no vemos es la cuenta de cobro que llega, en impuestos, en impacto a los consumidores especialmente los de menores recursos, en la cesión de nuestra libertad en diferentes ámbitos, en ver al Estado entrometido en cada rincón de nuestras vidas y empresas.
Esto depende de nosotros. De exigir al Estado que sea un árbitro que permita un juego justo y no un jugador que desequilibre la cancha. Si queremos recuperar a Colombia en el 2026 tenemos que aprender a exigir y hacerlo con principios y claridad. Despojados de cualquier tipo de culto al Estado.