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Este gobierno se vendió como feminista. Se eligió con banderas de género, prometiendo paridad, respeto y un nuevo lugar para las mujeres en la política. Millones creyeron que, desde la Casa de Nariño, se les daría un lugar de primer nivel. Sin embargo, hemos visto en estos tres años irrespeto y desprecio hacia las mujeres.
La misoginia tiene muchas formas de expresión. Este gobierno ha sido experto en usarlas: chistes, burlas, silencio y maltrato. El presidente se permitió hablar del clítoris en tono de mofa, como si los cuerpos de las mujeres fueran su escenario de humor. Peligroso, ordinario sobretodo, revelador. Lo más duro, el silencio y complicidad de las funcionarias del gobierno. Una reverencia a su jefe y una cachetada a las colombianas.
Cuando Gloria Miranda, encargada de la política de cultivos ilícitos, se atrevió a contradecirlo, la expuso en público para ridiculizarla. Como si fuera poco, en otro acto la abrazó y anunció con tono paternalista que se había casado, para rematar con la frase: “la perdimos”. Ese gesto resume cómo entiende este gobierno a las mujeres: no como profesionales capaces, sino como objetos cuya vida privada define su valor.
A la vicepresidenta Francia Márquez la ha reducido a un papel decorativo: le niega voz en las decisiones, la invisibiliza en los grandes debates y la confina a actos protocolarios. También hay que decir, que la Vicepresidenta ha elegido estar ahí. Su carácter, el de representar a los “nadies” como ella lo dijo en campaña, la obliga a darse su lugar. El papel de víctima tampoco es justificable.
Y mientras cada día asesinan mujeres en Colombia, desde la Casa de Nariño se premia a hombres con historial de violencia y cuestionamientos: Hollman Morris, Víctor de Currea, Armando Benedetti. Ese es el tipo de masculinidad que validan, mientras los feminicidios se multiplican en la impunidad.
Imposible olvidar el episodio en el que el presidente llamó a las periodistas “muñecas de la mafia”. ¿Qué puede ser más claro que ese desprecio hacia las mujeres que lo interpelan? Un poder que las reduce a objetos no solo deslegitima su trabajo sino que deja en evidencia su propio machismo estructural.
No nos engañemos: no son errores aislados ni lapsus desafortunados. Es un patrón de poder. Un presidente que se burla de las mujeres, que las invisibiliza, que premia a presuntos violentadores y que pisotea las conquistas alcanzadas no es un aliado: es un misógino en el poder. No solo se traiciona a las mujeres, se traiciona a la democracia misma. Prometieron feminismo y entregaron misoginia.
Las mujeres seguiremos reclamando nuestros derechos. Representamos más de la mitad de la población y gracias a Josefina Valencia y Esmeralda Arboleda votamos desde 1954. En las elecciones de 2026, queremos ver propuestas reales y verdaderas para nosotras.
De mentirosos y misóginos en el poder ya estamos hartas.
