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La palabra ficcionar puede ser un neologismo, pero está bien formada y tipifica la tendencia muy extendida de hacer ficción, inventar a partir de datos o pareceres que no corresponden a la realidad sino al afán de presentar los hechos como se quisiera que fueran y no como son. Los ejemplos abundan en el periodismo informativo, en especial de radio y televisión e internet.
Se conjetura, se especula y se elaboran pronósticos a los que se atribuye la categoría de nuevas realidades, cuando sólo se trata de invenciones apenas posibles, ni siquiera probables. Así se desvirtúa la verdadera naturaleza de la información: No se apoya en datos y elementos ciertos, demostrables, sino en la imaginación creativa del informante y en su deseo personalísimo de que su relato se verifique, lo que rara vez sucede, a menos que sea un pitoniso infalible.
Se exagera cuando al periodismo se le atribuyen dotes de oráculo. Ningún periodista tiene derecho a consultar la bola de cristal del adivino, sino las fuentes serias y creíbles, los datos verídicos extraídos de lo que los historiadores llaman la plétora de los hechos. Ni profetizar, ni hacer vaticinios son funciones de esta profesión. Pronosticar puede ser legítimo, pero comporta riesgos. La creación de escenarios posibles, como método de anticipar situaciones, es algo incierto. El mejor ejemplo está en el pronóstico del estado del tiempo, desacertado muchas veces a pesar de los recursos tecnológicos de la meteorología.
Tengo la impresión de que las encuestas, los sondeos entre oyentes, las notas confidenciales, los datos citados sin ton ni son, están precipitando la distorsión del periodismo informativo para convertirlo en un artificio ilusorio de adivinación, muy distante del deber de dejar constancia exacta del aquí y ahora, de la realidad en sus coordenadas espacio-temporales y en su contexto creíble y confiable. ¿De dónde sale que Fulano, Mengano, Zutano y Perengano son ya candidatos presidenciales, como lo declaran ciertas encuestas inciertas? ¿Quién, distinto de algún pesquisidor maniático o de un informante despistado, los eligió como tales? ¿Por qué ese afán, entre lambón y de servicio obsecuente, de poner a figurar personajes impulsados sobre todo por sus ambiciones de poder?
¿Y de dónde han sacado algunos ficcionadores que ya dizque estamos en la pospandemia, como si no fuera una irresponsabilidad, una insensatez, inducir a millones de personas, no sólo de aquí sino de la vieja, culta y sabia Europa, a bajar la guardia en la próxima Navidad ante la amenaza temible del virus innombrable, como si ya se hubiera extinguido y debiéramos cantar villancicos de victoria? Está configurándose una suerte de posperiodismo de ficción y adivinación. Así, llegará el día en que los nuevos iconos profesionales sean el profesor Sutatán y Madame Brujilda Kalandraka.